- Escribiendo tonterías no llegarás a ninguna parte. Y si no le pones gasolina al coche, tampoco.
La frase que me dijo mi madre antes de despedirse y lanzarse al vacío (es profesora de puenting), tan lapidaria como cargada de razón, me acompañó durante todo el viaje de vacaciones a mi mansión de Marbella hasta que me quedé tirado en la cuneta precisamente por no haberle hecho caso. Luego ella ya siguió, pues había quedado con un refrán y no quería quedar mal. Allá tú, frase, le dije, y levantando el capó me puse las manos en la cintura por la parte de la espalda y me quedé mirando el motor y moviendo la cabeza en forma de negación como si se hubiese roto la tapa del delco y yo supiese qué era el delco, dónde estaba la tapa del mismo, cómo se diferenciaba uno en plena forma de otro averiado y qué hacer llegado el momento de tratar de arreglarlo. En fin, tiempo hasta que llegase la grúa.
Mas lo que a mí me carcomía no era la factura del RACC, sino la primera parte de la oración materna. Y una polilla que se me había atrincherado en mis bermudas veraniegas y me estaba dejando con las vergüenzas al aire, más teniendo en cuenta que en época estival uno se vuelve rebelde y deja en casa los calzoncillos por eso de ser moderno y aprovechar para deshacerse de todo tipo de apreturas.
Lo vi claro: si quería llegar a ser alguien en esto del juntaletrismo, debía dejar de lado los chascarrillos y mi público aficionado a los efluvios del pegamento y convertirme en un escritor maldito, leído por gente con al menos 5 carreras, y que ninguna de las cuales fuese magisterio o publicidad, que no cuentan. Pero, ¿cómo se convierte uno en maldito? Y ¿cómo no se sobrepasa la fina línea que separa al escritor maldito del maldito escritor para que no le pase lo que a Lucía Etxebarría?
Cuando uno se pone a pensar sentando en un mojón de la carretera en agosto a las 3 de la tarde, corre el peligro de que los que pasan con el coche se quejen para sus adentros porque la administración gasta dinero público en esculturas conceptuales en vez de quitar los peajes y de que le pille una insolación. A mí lo primero plim, y lo segundo casi que también, puesto que si son ustedes seguidores de nuestras aventuras sabrán que nunca salgo de casa sin un sombrero tirolés. O sea que si quieren, este párrafo es prescindible, al más puro estilo cortazariano (para que luego digan que este blog no tiene nivel, maribel).
¿Qué distingue a un escritor maldito? Según los libros de literatura de COU de cuando yo estudiaba, tres cosas: una vida disoluta y bohemia, una tormentosa vida interior y una adicción a sustancias prohibidas que le abren determinadas puertas de la percepción pero que al mismo tiempo minan su frágil salud y le hacen apartarse aún más de la sociedad, con lo cual son más bohemios y su vida interior es más oscura, si cabe.
Lo de la vida disoluta y bohemia me daba cierto repelús, ya que cuando uno tiene una edad ir por la calle tocando la flauta con un perro flaco, durmiendo al raso y acostándose con señoritas con el pelo más graso que Leire Pajín me daba nosequé.
¿Puedo tener una tormentosa vida interior? Depende de lo que haya cenado ese día, pero de normal, las 5 horas al día que estoy despierto suelo dedicarlas al baile de salón (con especial predilección por el foxtrot) y a mirar series de dibujos animados, por lo que veo difícil que mi ego y mi superego se líen a mamporros con los traumas de mi infancia y mis ansias de reconocimiento y bla bla bla, sólo de pensar en pensar, ya me entra una pereza que...zzzzzzz.
No había otra, debía tirarme a algún tipo de adicción. ¿Drogas? Ni pensarlo, una vez intenté hacerme un porro y con mi habilidad para los trabajos manuales me provoqué tres esguinces en los dedos al tratar de liarlo. Y anduve 4 años con el papel pegado a la lengua por miedo a morir despellejado al arrancarlo. Y de jeringuillas ni hablar, ¡anda que no cuestan de fumar!
Con el alcohol tampoco podía coquetear. Tengo una especial facilidad para llorar como un bustamante cuando tomo dos anissetes de más y no creo que verme como un imbécil a moco tendido en el Café Gijón me dejara mucho más alto en el escalafón literario que Juan Manuel de Prada, que por cierto, también usa el mismo champú que Pajín. Suponiendo (que es mucho suponer) que usen.
¿Una adicción al sexo? Estaría bien, pero mi cara iba a costarme más dinero del que podría ganar incluso amañando más aún el Premio Planeta.
Sólo me quedaba una salida: explotar literariamente mi adicción a los altramuces.
Me dejé ver por presentaciones de libros con mi bote amarillo, comiendo compulsivamente y haciéndome notar cuando escupía las pieles entre los corrillos literarios.
Escribí un libro "Suenan ya los altramuces" acerca de un altramuzadicto cuya obsesión le hace cometer varios asesinatos guiado por la voz de un altramuz que se le aparece en la oscuridad. En algunas de mis entrevistas declaraba abiertamente mi problema e incluso aparecí en un programa de televisión literario (antes los había, lo juro) completamente ahíto de altramuces. Uno de los mensajes a 7745 que mandaba el público aficionado a las letras decía "Xo est k a tomao? jeminwei te quiero".
"La obra de este altramuzadicto- decía una crítica de mi libro- deja ver un tenebroso mundo interior de un artista movido por los hilos de su adicción. El escritor, que ha empeñado todos sus bienes materiales comprando una fábrica de altramuces, nos deja entrar en su subconsciente en el que luchan a brazo partido el niño que fue y que no imaginaba el lúgubre destino que le esperaba con el drogadicto reconocido, que necesita del dorado manjar para crear sus novelas. Es, sin duda, una cruel paradoja, de la que salimos beneficiados los lectores. Aunque eso le cueste la vida a este escritor maldito."
Lo estaba consiguiendo. Gracias a un libro de poemas, "El lado oscuro del altramuz" gané varios concursos de poesía muy bien remunerados, como todo el mundo sabe ya que la poesía vende, y mucho. Me casé con una hermosa zagala 32 años más joven que yo, aun a pesar de la oposición de su familia, que deseaba que antes de pasar por el altar, tomara la primera comunión y acabara el EGB.
Y debido a mi "problema" y a lo mal visto que estaba el altramucismo en la sociedad (varios cadáveres habían aparecido en los descampados víctimas de una sobredosis), tardé poco en verme vetado en los medios de comunicación. Y claro, las editoriales se negaron a publicar mis libros, que se vendían a urtadillas como rosquillas en las panaderías, aunque eso supusiera imprimir sobre ellas. Sobre las rosquillas, no sobre las panaderías.
Parecía que mi objetivo estaba cumplido, pero no. No era consciente del giro radical que el destino tenía preparado para mí. Estaba muy cerca de probar la parte más amarga del altramuz. Y créanme, un limón verde es mucho más dulce que lo mis papilas gustativas tuvieron que soportar. Maldito...
Continuará...
8 comentarios:
Bien, tiene un cierto aire a "El mal de Montano" de Enrique Vila Matas...
Os sigo hace tiempo desde las sombras y me encanta! (no se si contará mucho, estudié magisterio). Ahora ya no estaré sola..tengo mis altramuces. (No puedo comentar la foto, me deja sin palabras..)
Qué intriga por favor! necesito el final! Y como diría el sabio Homer: "mmmmmm ... altramuuuucees"
En dos palabras: de lomás. Gran reentré!!
Amigo Xavi :D, me alegro de que hagas esa comparación ya que con el Sr. Vila Matas he compartido cientos de pistachos y un sinfín de altramuces en la Plaza del Sol. Si viene un día, le invitamos a anchoas y cervecitas.
Anónimo 1, gracias es usted un sol. Lo de magisterio, pues oiga, nadie es perfecto. Por ser usted se lo perdonamos, siempre y cuando no trabaje en la pública.
Mewell, paciencia xiquet, paciencia. ¡¡Viva Homer!!
Anónimo 2, ya sé quién eres. Tonto.
Mmmm...
Tramuuuusos.
Y de beber, albóndigas.
Pues resulta que yo dejé el magisterio (de educación física) para dedicarme a la dirección de arte.
Ésto es como decir que dejé las clases de patio para dedicarme a las plástica.
¿Hablar de los altramuces???? Vaya una ordinariez de la misma Ordinia. Con eso, querido hermano, efectivemente no vas a ninguna parte. Aprende de los que te rodean e intenta seguir su camino. Zoquete.
Fdo. Juanjo Pavía, Premio Planeta por "La sombra de los cacahuetes es alargada".
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