Extracto de las memorias de Jacinto Estrada, agente secreto de las Brigadas Rosas al que asignaron la misión de asesinar a Hitler o, en su defecto, ponerle una pinza en la nariz sin que se diera cuenta.
(...) Y allí estaba yo, en plena noche, en su habitación, al pie de su cama. Y allí estaba él, con su bigotillo, con sus ojitos cerrados, con su impoluta raya al lado y agarradito a la cintura de Eva Braun cuyos ronquidos solapaban el ruido de mis pasos.
Burlar a los guardias de la GESTAPO que custodiaban la fortaleza fue mucho más sencillo de lo que imaginé. Bastó con usar el viejo truco de decir “Perdón, es que me he dejado esta mañana una cosa que me hace mucha falta y…” para ir pasando un control tras otro. En el último, el más férreo, usé la infalible técnica de ir andando hacia atrás para que creyeran que me estaba yendo. Todo salía a la perfección.
No era, no vayan ustedes a pensar, mi primera misión de alto riesgo. Ya durante la Guerra Civil me introduje dentro de una barra de pan en la cárcel de Alicante para abastecer de máscaras antigás a un grupo de compañeros arrestados y condenados a muerte por repartir panfletos a favor de Soraya en Eurovisión. Debido un error provocado por el caos reinante en el bando republicano la misión no acabó como debiera ya que todos ellos fueron fusilados al amanecer (eso sí, sin inhalar nada de pólvora) mientras yo me las veía y me las deseaba para escapar oculto dentro del mango de una gran lima.
Ese fracaso hizo que mis superiores decidieran enviarme a Siberia con una camiseta imperio y la prohibición de entrar en España hasta que Franco se presentase a las elecciones por Izquierda Unida. Pasé una temporada bastante constipado y con la pilila más arrugadita que una uva pasa, pero un tiempo después el Partido volvió a reclutarme: esta vez querían que pasara una noche de pasión con La Pasionaria, a lo que contesté que tampoco se estaba tan mal allí. Seguramente me hubiesen dejado morir congelado como una merluza en daditos si las noticias que llegaban desde Europa no hubiesen sido tan alarmantes: Hitler seguía avanzando, Mussolini ostentaban cada vez más poder y el Real Madrid había fichado a Di Stéfano. Los defensores de la democracia debían actuar. Y ahí entraba yo de nuevo.
Una mañana, mientras me hallaba yo componiendo una canción titulada Hielo Submarine recibí el encargo vía paloma mensajera con bufanda: debes matar al Fürher. Y cuanto antes. ¡¡Venga!! ¡¡¡Hop, hop, hop!!!
Una línea después estaba a la orilla del Rhin, parapetado tras una jarra de cerveza y ataviado con el traje típico alemán: una camiseta de Beckenbahuer. Tras pasar unas duras pruebas me infiltré en las SS que para mi sorpresa, significaba Somos Superguays y sólo dos meses después me destinaron al equipo de defensa personal del canciller. Ganarme la confianza de los nazis fue complicado ya que a los alemanes no les hacen risa los chistes de un inglés, un francés y un español. Por suerte, conseguí la amistad con Goebbles cuando le conté el truco de decir “correo comercial” en vez de “propaganda” para que le abriesen las puertas por el telefonillo. Y eso me facilitó mucho las cosas.
Y ahora estaba a sólo un metro de mi objetivo. Iba a matar al puerco más sanguinario que la humanidad ha tenido que soportar. Sin embargo, al bajar la mirada y ver junto a la cama sus dos pantunflas con forma de perrito con la lengua fuera me entraron dos dudas existenciales:
- ¿Se dice impreso o imprimido?
- ¿Quién soy yo para quitarle la vida a un hombre?
Fue entonces cuando comprobé que su existencia y la mía tenían nexos de unión: a los dos nos habían suspendido en dibujo. Y quién sabe, quizás sus palabras a favor del exterminio del pueblo judío se habían malinterpretado (todo el mundo sabe que en alemán cualquier cosa que digas parece peor). Entonces comprendí que no podía cumplir la misión.
Así que opté por una alternativa satisfaciera a mis superiores y que no me dejase pesos morales en la conciencia. Aprovechando su letargo y con la ayuda de mi navaja albaceteña le practiqué una circuncisión que me quedó niqueladita. Luego le adherí dos tirabuzones ondulados a ambos lados de las sienes y con un trocito de boina que siempre llevo puesta le fabriqué un birrete que le sentaba fetén.
Lo que sucedió al día siguiente cuando se despertó y se vio al espejo es algo que (con matices, eso sí) ya recogen los libros de historia y que desencadenó la confusión que aproveché para tratar de exiliarme a México oculto en una lata de mejillones de Baviera que, si se me permite el inciso, no tenían nada que envidiar a los de la ría de mi pueblo, a los que aprovecho para saludar.
6 comentarios:
Eso de entrar andando hacia atrás es en memoria del paso lunar de Michael Jackson, no? Que bonito homenaje!
Va por Michael pues, venga, que no se diga. Y por la rubia de los Ángeles de Charlie, pobre, que parece que no se haya muerto, mecachis!!
Vicente, eres un maestro, tu ya sabías lo de michael dos días antes? y no me dijiste nada?... en fin, creo que ha llegado el momento de relatar nuestra aventura con la chicas de Charlie, así que empieza a sacar punta al lapiz, que yo busco la foto... (creo que ya la tengo!)
Igual intentó emular la gesta de David Carradillo en su ropero y por el olor de sus J.Jaiber desistió.. o le dió el ataque.
Oye, estas historias tienen mucho de real, de verdad, son más jeavis que una lluvia de hachas.
Enhorabuena.
De nuevo, bravo, bravo, por la historieta. Sin embargo, rompo una lanza... yia!... auhmmmmm... momentín... pues no hay manera... a ver si con la sierra mecánica... pues tampoco, es igual, abrazo una lanza a favor de los alemanes, que si bien son cuadriculados y todo lo hacen sin curvas (en Berlín están prohibidas las Ruffles), me enamoran con la sensualidad de su idioma, no como los franceses, o los canarios, sobre todo los que tiene mi vecino en el balcón, que me despiertan todas las mañanas. Ostri ya.
Yosi, se agradece que por fin alguien valore el rigor histórico de los hechos narrados, que hay gente que piensa que me lo invento, y nada más lejos de la realidad.
Reverendo, no se meta con los canarios que luego no puede salir y tenemos que llamar al cerrajero.
Capitán, marchando una de ángeles.
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