jueves, 15 de mayo de 2008

Un poco de poesía

LA RESIDENCIA
(Extracto del capítulo del libro "Al final me muero. Mis memorias" escrito por el poeta Marcelo de Andrade, miembro poco conocido de la generación del 27)


Los años que pasé en la Residencia de Estudiantes fueron maravillosos. Sin duda, los mejores de mi vida. Entrar en ella fue difícil a causa a lo raquítico de mi historial académico anterior. Y no crean ustedes que ello se debió a que no estaba capacitado para las altas calificaciones. La razón fundamental de mi poca dedicación al estudio en mis mozos años fue que siempre pensé que entre un libro abierto y una bella mujer en la misma posición la segunda era preferible. Por decirlo de un modo más épico, seguir fiel a mis ideales repercutió negativamente en mis notas.

En fin, que con un cinco raspado de media en mis anteriores estudios pude entrar en la Residencia de Estudiantes, pero de F.P., situada justo al lado de la famosa, a la que accedía a la hora del recreo siempre que podía, pues allí se acercaban mozas en busca de algún eminente hombre de letras que le regalase los oídos con fermosos poemas.

A mí eso de la poesía siempre había parecido, hablando en plata, una mariconada de mucho cuidado. Pero uno es muy hombre y como tal, hace lo que sea por llevarse al catre una buena compañera. Para poder perfeccionar mi técnica con la pluma híceme amigo de Federico, que con garbo y salero me enseñó a rimar en el lago en el que pasábamos largas tardes. Al menos, a mí así me lo parecían, pues tengo miedo al agua y el vaivén de la barquita me producía vómitos. Pero era un esfuerzo que debía hacer por poderle echar a una muchacha unos versos como Dios manda. Bajo el amparo del granadino hice mi primer poema: "Mi vida sexual".

Sin saberlo, inventé el surrealismo.

Mi segundo poema fue un soneto dedicado a la sordera que titulé, con el gracejo que me caracteriza, "Sonetone". Y ahí empezó todo. A Federico y a mí se nos unieron Aleixandre, Dámaso, Alberti y otros artistas como Dalí, Buñuel, Picasso y Baremboin, que se fue distanciando del grupo porque tenía que volver cada día a su casa de Buenos Aires y quieras que no, uno no encuentra tiempo para quedar con los amigos. Si a eso le sumamos que aún no había nacido y que siempre que decía su apellido nos partíamos de risa, no es extraño que numerosos estudiosos hayan decidido no incluirlo en "Los Araña", que es como nos queríamos llamar nosotros en realidad y que fue cambiado por el de "Generación del 27", un nombre más comercial, por expreso mandato las editoriales de poesía que ya entonces ejercían su poder mediático con el que hoy dominan al mundo.

Fueron, sin duda, tiempos irrepetibles que la guerra seccionó en dos mitades a causa de una estúpida batalla fraternal que bla bla bla, pero que la historia volvió a poner en su lugar, aunque sólo en parte.

Y lo digo (sin rencor, pero lo digo) porque yo nunca tuve el reconocimiento del público, salvo cuando estuve a punto de entrar en la Real Academia de la Lengua y ocupar el sillón "ç minúscula cursiva". Por desgracia, me reconocieron y me echaron de una patada en salva sea la parte.

De cómo sobreviví desde aquel momento escribiendo libros para una presentadora de televisión es algo que podrán leer en el próximo capítulo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ya te dije yo que eso de reaprovechar textos antiguos no era buena idea... mira Ana Rosa...

Anónimo dijo...

No somos nada, capitán, no somos nada.