lunes, 6 de abril de 2009

Una de vaqueros

Lo mejor que tiene ir por el Oeste en diligencia respecto al tren es que no hay peligro de que te pongan una película de Steven Seagal o de Antonio Banderas de la que no puedas escapar.



¿Qué les parece como inicio de un relato? ¿Bien o qué? Es que hay que currarse muy mucho las primeras frases de cada post, porque ahora resulta que si alguien recomienda una entrada en Facebook, salen las dos primeras líneas y la gente, dependiendo de lo que salga, pues entran o no. Y una vez dentro, pues ya ven los anuncios de nuestros patrocinadores y compran, se dejan la pasta y nosotros seguimos engordando nuestras cuentas en paraísos fiscales, a la par que elegantes.

Iba a escribir algo más picante, como que con el traqueteo del galope caballil se me insertó en salva sea la parte el cañón de mi Winchester 73, Ron Negrita Joventut 48, pero uno, como español que es, debe ser celoso de su virilidad y no hacer siquiera chistes con ello. Es por ello que me he decidido por lo de Steven Seagal. ¿Lo entienden, no? Que como en la diligencia no hay tele, ¿saben? Es bueno, he tenido mejores, pero piensen que estoy en el Far West, que vengo desde Barcelona y que tengo los riñones molidos de tanto botecito. Además, en pleno desierto de Arizona, llamado así por el fermoso apéndice nasal de la señora del descubridor del desierto (tócate los huevos, he descubierto un desierto. Todo para ti, todo para ti...), nos han parado los pieles rojas (malditos comunistas) que amenazaban con cortarnos la cabellera si no les dábamos todo el dinero. Por suerte, gracias a mis dotes diplomáticas y a mi caidita de ojos, se han conformado con un mechón de mi cabello y con la promesa de que les añadiré como amigos en el Facebook en cuanto acabe con la misión que me ha traído a esta tierra de las oportunidades.

No sé si lo han notado, pero hemos llegado a un acuerdo con Facebook para promocionar su página, aprovechando el tirón de la nuestra. A cambio, nos han dado un sinfonier estilo Luis XVI, Ron Negrita Joventut 48 que queda fetén en el recibidor de casa.

Pues eso, que al final llegamos al pueblo. Aquello parecía mi piso de estudiantes: gente con barba de varios días y en camiseta durmiendo en los portales, olor a defecaciones de caballo y pelotas de polvo del tamaño de un rinoceronte pequeñito cruzando la acera sin mirar a los dos lados (de ahí lo del rinoceronte).

Bajé de la diligencia preguntándome el por qué de ese nombre tan extraño y me dirigí al Saloon. Notaba cómo las miradas de los lugareños se me clavaban en la nuca, no era bien recibido en aquél maldito poblacho. O quizás era porque iba vestido con la camiseta del Palamós y ellos eran del Terrassa. Daba igual, no iba a quedarme mucho tiempo para averiguarlo.

Necesitaba un golpe de efecto, debía demostrar quién mandaba allí, así que me detuve en medio de la calle y pregunté:

- ¿Quién manda aquí?

- ¡El sheriff!- contestaron todos.

- Bien, es lo que quería demostrar.

Y seguí mi camino. Para hacerme el chulo saqué una cerilla de mi bolsillo y traté de encenderla con los pelos de mi barbita. Dio resultado, demasiado resultado: con la cabeza ardiendo como un bonzo salí disparado cual flecha olímpica, entre aspavientos y alaridos tipo cantante de Communards, con tan buena suerte de tropezar con el abrevadero, que como su nombre indica, era dos veces bueno.

Ya repuesta mi dignidad y con la cara como un señor de Birmingham en agosto en Dénia, pero sereno, entré al Saloon con la energía de un tipo que sabe cómo se las gastan en el salvaje Oeste. Una vez más, se hizo el silencio.

Hasta que alguien gritó:

- ¡Que alguien ayude al tío de las llamas, que ahora se ha quedado atascado entre las dos puertas!

Con la ayuda de dos granjeros con sombrero de paja, banjo y mono con tirantes llegué hasta la barra.

- Una Mirinda, posadero. Mejor traiga la botella.

Desde el otro lado de la barra el camarero deslizó la botella, que se dirigía a mí mientras yo pensaba "ahora verás como no la pille, el descojono cómo va a ser". Sin embargo, antes de que llegara a mis manos, sentí cómo un silbido zumbaba a mis espaldas y vi cómo la botella explotaba en mil pedazos.

Me di la vuelta y ahí estaba él. Michael Dellobetis, el famoso foragido, que soplaba el hilillo de humo que salía de su Colt 45-Ron Negrita Joventut 48.

- Diría que me alegro de verte, pero mentiría- escupió.

- En cambio yo, hace tiempo que no miento. Y mucho más que no me alegro- contesté, sabiendo que esta frase no tenía sentido, pero que me ayudaría a hacerme el interesante.

- Vincent, sabes perfectamente que este pueblo es demasiado pequeño para los dos.

- Hombre, tampoco estoy tan gordo... Ah, vale, vale, ya lo pillo. Que me retas en duelo.

- Espero que seas más rápido con la pistola que tus neuronas.

- Yo, en cambio, espero que la rapidez sea igual a la masa por la aceleración (me estaba quedando con todos los parroquianos. Algunos incluso tomaban apuntes).

- ¿Vamos fuera?

- Venga. Pero no mucho rato, que luego refresca. Y una cosa es que lleve calzoncillos de manga larga y otra que sea inmune al viruji.

- Tranquilo, será rápido.

Y salimos. Oíamos cómo en el poblado las mujeres cerraban las ventanas. Algunos padres se llevaban a sus hijos dentro de casa. Otros los metían internos en colegios. La pelotilla de polvo había dado tantas vueltas que era una gigantesca bola en la que rodaban atrapadas vacas, ponys y unos percebes que habían venido a ver a unos escorpiones amigos suyos de cuando la mili.

La tensión se mascaba. El tabaco también. La diferencia entre una y otro se notaba, sobre todo, al escupir. Tenía frente a mí a Michael Dellobetis, el más fiero y famoso cuatrero desde el Missouri hasta el Ebro, que pasa por la Rioja, Navarra y Aragón, como todo el mundo sabe. Sus dedos ágiles habían dejado en la cuneta a más de mil osados que tuvieron el valor de retarlo. Y ahora, yo, estaba a punto de seguir su mismo camino o escribir mi página en un lugar destacado de la historia, posiblemente en la contraportada o, como mínimo, en página impar y a todo color.

Así como de reojillo miré con complicidad a mi Smith&Wesson (el Juventut no jugó ese día) y le dije mentalmente: vamos allá. Con la velocidad en la mano que me proporcionó una adolescencia sin amigas pero con mucha imaginación desenfundé mi revólver y apreté el gatillo.

Humo.

Polvo.

Y un ruido seco: plof.

Cuando se levantó la polvareda vi aparecer poco a poco la figura aún ergida de Michael. Creo que ambos nos llevamos la misma sorpresa:

- ¿No te he dado? - preguntamos al unísono.
- A mí no, ¿qué íbais a por mí, cabritos?- contestó el unísono.

De pronto, un grito:

- ¡¡¡Mi caballo!!! ¡¡¡Cabrooones!!!¡¡¡Rocinanteeee!!!

Un vaquero de los de lanza y armadura y perilla lloraba desconsoladamente sobre los lomos de un rocín flaco tendido en el suelo, inerte. Mi bala había ido en una dirección a la que yo no había apuntado, como me advirtieron al comprar la pistola en aquella feria.

Crucé la mirada con Michael y ambos comprendimos que esto no tenía sentido. Cogidos de la mano de la forma menos homosexual que nos fue posible volvimos a entrar en el Saloon y pedimos Mirinda para todos (sí, sí, Mirinda también nos patrocina) y bebimos y eructamos en las caras hasta que todos llevábamos el pelo hacia atrás.

Los eructos dejaron paso a las canciones sobre llaneros solitarios y picaduras de alacranes, mientras el sol se ponía en el poblado y sólo los gemidos del viudo equino turbaban el devenir normal de un ocaso en el lejano y salvaje Oeste.


Pero, ¿y la bala de Michael Dellobetis? ¿Qué fue de ella? Nunca se supo, nunca se supo. Mas cuenta la leyenda que sigue su curso por el aire en busca de un blanco. Así que si alguna vez estás tomando una Mirinda y oyes un silbido, cuidado, porque puede ser ella. O puede ser un tren que viene (todo depende de dónde te estés tomando el refrigerio).

O puede ser un señor silbando.

Vamos, un 99% de posibilidades que sea eso.

Qué nervios, ¿eh?







Fiuuuuuu....


7 comentarios:

El superintendente Vicente y el Capitán RMK dijo...

Este anterior comentario demuestra que por fin alguien ha entendido la infinita clase del escritor: todos los posts están escritos de tal forma que, si los lees al revés, son una versión en prosa del romancero gitano de lorca, pero en inglés.

Pensaba que nunca nadie se daría cuenta, jolines.

Thank you, guitar ensemble! You are estupendous (to the pair than elegant)

Reverendo Hoover dijo...

Gran historia de vaqueros, aunque mis preferidas siempre han sido y serán las de los chándals, qué le vamos a hacer. Sólo le ha faltado ponerle música a este tremendo relato. Pero no tema, que ya le recomiendo una: http://www.youtube.com/watch?v=8iCLcbMXreM&feature=PlayList&p=A156E246DB530006&playnext=1&playnext_from=PL&index=28

No hay de qué.

Kapitan RMK dijo...

buenísima banda sonora para acompañar a las azañas de Vicente, si señor Reverendo Hoover, aquí le ha dao de lleno!

a mi el que me inquieta es el señor Árbol de Aceituna y su comentario, por mucho que lo haya leído al revés y lo haya pasado por el corrector de word, no logro descifrar su significado... que habrá querido decir?

oh my god!

El superintendente Vicente y el Capitán RMK dijo...

Reverendo, qué daño hizo el video club de vidal en según qué mentes, ¿eh?

Esta es, sin duda, la mejor de las películas que se han hecho sobre el mundo vaqueril.

Capitán, el árbol de la aceituna (¿olivo?) debe ser uno de nuestros numerosos fans taiwaneses. Recuerde que la última vez que estuvimos allí nuestros libros y discos se vendieron como rosquillas: en una bolsita transparente y con trocitos de sal por encima.

Anónimo dijo...

Ah! cuántos recuerdos me trae usted, querido amigo, cuando trabajaba en la gasolinera del desierto de Almería re-post-ando los caballos!!

Srta. C

mewell dijo...

bebiendo mirinda y eructando hasta quedarse con el pelo patrás... me recuerda a una lejana noche Espidifen600 que dejó de ser noche en algún momento antes de abandonar aquel saloon (papillón?)... era miércoles, luego jueves ... no quedó ni una mirinda por beber, ningún eructo que lanzar, pero sí quedaron un par de balas que siguen silbando... fiuuuuuuuuu

Enrique Hormigos dijo...

Ahora lo entiendo todo.

Aquello que me golpeó el parietal derecho mientras hacía gimnasia rítmica en la terraza de casa de mis suegros no fue una de mis mazas reglamentarias, sino una bala perdida del 45 que, al parecer, llevo alojada en el cerebro desde entonces.
Por eso suena la alarma cada vez que entro y salgo del Mercadona.

Pues vaya peso me he quitado de encima.

p.d. Por cierto, cuando supe que la Fallera Mayor había aparecido en el maletero de un Seat Panda con un hacha clavada en la raya del pelo, enseguida supe quien estaba detrás del asunto.
Gracias por allanar mi camino hacia la gloria.
La verdad es que estuve estupenda.