
Yo seré como seré, pero me gusta llamar al pan pan y al vino vino. Sí, sí, sé que ahora está de moda llamar al pan Juanbautista y al vino a los que tienen las pestañas blancas, pero yo soy de la vieja escuela. De los Maristas, sin ir más lejos. Allí me dieron la exquisita educación de la que hago gala en las recepciones a las que, debido a la importancia de mi cargo me invitan día sí día también. Y ésa es la razón por lo cual se me caducan siempre los danones en la nevera.
Todo esto viene a colación porque de alguna forma tenía que empezar el escrito y porque mi forma de ser me ha traído más de un sinsabor o como algunos lo llaman, más de una cervezasinalcohol.
Todo esto viene a colación porque con algo tengo que rellenar los segundos párrafos, que son los que peor se me dan y porque así puedo explicarles que estos días he estado más liado que la conciencia de Santi Santamaría.
Todo comenzó una fría y lluviosa noche de invierno, hace dos semanas. Estaba yo practicando una voltereta hacia atrás para mantenerme en forma cuando de pronto una llamada telefónica turbó mi concentración.
Benito, mi mayordomo, me dijo que era una señora, que quería hablar conmigo.
- Pues que me llame- le respondí.
- Eso ha hecho, señor. Lo que pasa es que contesto yo porque soy el mayordomo. Pero el teléfono es suyo.
- Y cuando quieren hablar contigo, ¿dónde llaman?
- A mi teléfono.
- Entonces, siempre que llaman a este, ¿es para mí?
- Sí, señor, aquí no vive nadie más.
- Está bien, puedes retirarte. Te haremos un partido de homenaje.
- Gracias señor. Aquí tiene el teléfono.
- ¿Dígame?
- ¿Señor?
- ¿Sí?
- Que eso no es el teléfono. Es mi mano. El teléfono está en la otra mano.
- Benito, me lías. ¿Hola? ¿Hola? Vaya, han colgado.
Ésa fue la gota que colmó el vaso.
Que alguien se atreva a molestar a una persona de mi importancia y luego cuelgue el teléfono como si tal cosa me irritó tanto que se me puso la cara roja. ¿Y si estaba pensando en algo? ¿Y si me hallaba a sólo unos instantes de resolver un caso?
La gente no tiene ningún respeto por nada. Ya no tenemos valores como los de antes. Como los que nos enseñaban en los Maristas, sin ir más lejos. Allí nos decían que si llamabas a alguien, tenía que ser por algo. Y que no se cuelga a la gente. Salvo que hayan pecado. Entonces sí, a esos malditos pecadores sí que se les puede colgar, sin dejarse llevar por la indulgencia. Si por ninguna otra palabra rara. Porque se empieza con un pecado pequeño, como matar a un señor bajito. Y se sigue por matar a un equipo de voleibol o plantear un referéndum para la independencia, y luego otro pecado, y otro y otro y ya es un no parar. Incluso se comenta que ha habido gente que no ha honrado a su padre y a su madre o que ha utilizado el nombre de dios en vano. Y ésa sí que es la gota que colma el vaso. Por eso yo cuando llamo a alguien, nunca cuelgo. Por eso y porque no tengo teléfono. Uso el de Benito, mi mayordomo, al que aprovecho para saludar.
Hola Benito. Esta noche sí que iré a cenar.
P.D. Por lo demás, todo bien.