miércoles, 17 de diciembre de 2008

GRANDES INVENTOS DE LA HUMANIDAD: LA CROQUETA.


Dedicado a todos los que dicen cloqueta. O cocleta. O rizando el rizo, clocleta.


A pesar del pertinaz pánico que me dan las medusas de biblioteca, decidí zambullirme en la historia y bucear entre los voluminosos y antiquísimos libros que pueblan mi librería estilo Luis XVI para descubrir el verdadero origen de la croqueta, ese pequeño objeto de deseo que ocupa, admitámoslo, un privilegiado lugar en nuestros corazones.

Dejadme que proceda a contaros qué descubrí, pues tiene su miga.

Y empezaré diciendo que todo comenzó gracias al afán de James Croquet, un inventor del siglo XVIII que nació en Segovia en 1578 pero que vivió gran parte de su vida en un pueblecito de los alrededores de París, donde llegó dando una vuelta y se quedó por miedo a volver de noche.

El objetivo de James Croquet siempre fue dar con el invento que le lanzara a la posteridad, y en ello trabajó noche y día, sin descanso, desoyendo los consejos de sus amistades y familiares, que llegaron a pensar que James había enloquecido cuando lo escucharon tararear canciones de Astrud, a quienes dios tenga pronto en su gloria.

Pero un buen día Mr. Croquet salió de su habitación con una fiambrera en las manos y una sonrisa de oreja a oreja que evidenciaba que su trabajo había dado sus frutos. Raudo y veloz montó en su bicicleta y pedaleó como nunca lo había hecho para ir a la oficina de registros y patentes. En vista de que no avanzaba, pedaleó como siempre lo había hecho y bien fuera por las leyes de la dinámica, bien fuera por las de la tradición, llegó mucho antes a su destino.

Con los ojos llorosos por la grandeza del momento, le dijo al encargado:

- Sebastián, lo he conseguido. He inventado la croqueta.
- ¡No jodas! ¿A ver, a ver?

Y James abrió la fiambrera para mostrar al mundo su proeza y, de paso, para que el tal Sebastián certificara su paso a los anales de la historia.

- Ejem, Señor Croquet, con todos mis respetos, esto no puedo patentarlo como la croqueta. Me temo que lo que tiene en la fiambrera ya ha sido inventado antes.
- ¡Pardiez! ¡Mal parto me raya, o como se diga!- contestó iracundo el inventor frustrado - ¿Y cómo se llama el invento, si puede saberse?
- Bocadillo de calamares. Fue inventado en Madrid, y está compuesto por pan, un poco de aceite, calamares a la romana y, para los paladares más exquisitos, mayonesa.
- En efecto, la fórmula es la misma, diantres. Márchome para casa, ya que un simple obstáculo no bastará para vencer mis ansias de fama.

Y tras soltar esta frase tan pedante, emprendió el trayecto de vuelta al hogar, haciendo un alto en el camino para zamparse el bocadillo de calamares, ya que el hecho de que estuviese inventado no era óbice ni cortapisa para que no pudiera ser deglutido como mandan los cánones.

Cumpliendo su propio vaticinio, no sucumbió al desánimo nuestro hombre. Volvió al cabo de un tiempo a la oficina con el prototipo de la nueva croqueta, pero otra vez se le habían adelantado. Fue el segundo en inventar el gazpacho.

Y lo mismo le sucedió con la natilla de chocolate, el higo chumbo, la broca del 15, el gim for 8, el punto de libro con frases de Tagore, la mortadela con trocitos de oliva, la gominola en forma de botella de coca cola, el azulejo con la inscripción dios bendiga cada rincón de esta casa y la melodía de Aserejé para el móvil, que además de copiada, era estúpida porque la invención de las Ketchup no llegaría hasta muchos años después.

Desgraciadamente, apuntillo con musicalidad.

Llegados a este punto, no peco de soez si digo que nuestro común amigo estaba, como se dice en los círculos más modernos, hasta los mismísimos cataplines. Así que decidió darse una última oportunidad. Inventaría una última cosa, y si estaba ya inventada, se dedicaría a la escritura de libros de Ana Rosa Quintana, ocupación en la que no importa si copias, como todos ustedes, excelsos lectores, saben perfectamente.

Ni corto ni perezoso se volvió a recluir en su habitación y entre ollas, sartenes e ingredientes varios se puso a cocinar lo que sería, de una vez por todas, la croqueta. Tres días después, tenía algo. Pero esta vez quiso asegurarse de que no la cagaba, ya que había notado en Sebastián cierto recochineo en sus últimas visitas.

Por tanto, llamó a su mujer y le enseñó su postrera versión de la croqueta.

- James, querido, te quiero mucho, pero déjame que te haga una pregunta.
- Di, querida mía.
- ¿Tú eres tonto?
- ¿Por?
- Pues zopenco, esto que has inventado se llama puchero. O cocido, según ubicación geográfica. Eres menos original que Ana Rosa Quintana- contestó su mujer, poco delicada y poco enterada de que yo había utilizado ya a la presentadora para hacer un chiste unas cuantas líneas antes, con lo cual, la poca gracia que tenía se fue por el desagüe.
- ¿Y ahora qué hago yo con esto?
- ¿A mí qué me cuentas? – contestó jocosa- Si te parece, ja, ja, lo que sobra lo aplastas todo, haces pelotitas, las recubres de pan rallado, las fríes en aceite y te las comes…
Y venga, va, bájate a cenar, que empieza el fútbol.




(Este espacio en blanco denota momentos de tensión creativa…)





- ¡Ah carambos! (James Croquet hubiese dicho eureka, pero le daba la sensación de que ya alguien lo había dicho antes)


Y así, de esta forma tan imbécil, se inventó la croqueta, como quien no quiere la cosa. Y aquí estoy yo, un humilde escriba, rebuscando entre legajos aceitosos para perpetuar el nombre de James Croquet, a quien también se le conoce por su última frase antes de morir apalizado por su mujer cuando lo encontró en brazos del equipo femenino sueco de voleibol:

- Tiran más dos croquetas, que dos carretas.

Bon profit.

domingo, 14 de diciembre de 2008

A vueltas con el capitán



La vida de un hombre de acción como yo está repleta de cambios. Y no me refiero a mi sana costumbre de renovar mi ropa interior cada mes, sino a cambios más profundos y radicales que hacen que la vida no se convierta en un rutinario ir y venir de aconteceres diarios.

Así, cuando era pequeño, decidí cambiar de padres y usando el viejo truco de asirme de la mano de una señora despistada a la salida del colegio, pasé de ser el tercero de once hermanos hijos de una cupletista y un embalsamador de mandriles a ser el hijo único de una pareja de arquitectos celebérrimos. No fue éste el único cambio radical en mi vida, ya que también durante mi juventud decidí darle una bofetada al destino y dejar una exitosa carrera como cuarto trombón reserva de la Orquesta Sinfónica Schewppes para dar el salto a una de las pasiones que me ha acompañado durante toda mi existencia: los coches de lujo. Por eso me hice peajista en la autopista A7, en la salida de Oropesa del Mar, junto a Marina d'Or (Ciudad de vacaciones).

Pero tampoco me llenó, así que un día, ni corto ni perezoso salté sobre un Austin Martin que pasaba por allí, le di dos sopapos de padre y muy señor mío al conductor y me convertí en agente secreto del más alto rango.

Más o menos, lo que pasó desde entonces hasta hoy ustedes lo han ido sabiendo gracias a esta bitácora que comparto con ilusión y ciertos retrasos con mi fiel amigo el Capitán Rumikel.

Ya sabía yo que antes o después tenía que volver a oír la llamada de la selva que me animaba a volver a cambiar de aires. Fue hace un mes. Estaba yo descansando en mi sofá de escay mirando las noticias de Lorenzo Milá y preguntándome qué habrían hecho los padres de estos chicos para tener dos hijos así cuando un brusco ruido de puerta rompiéndose me sobresaltó un poco. Instantes después, en mi salón se presentaron dos señores bien parecidos a armarios roperos ataviados con traje negro, gafas de sol y metralletas. No sé por qué he dicho las metralletas al final, puesto que fue en lo primero que me fijé y señores con las dos primeras cosas se ven bastante mas. Pero ya está escrito. Ojalá alguien invente algún día una herramienta para volver atrás y poder borrar o modificar lo escrito en el ordenador. ¿Imaginan? Nota mental: inventar una herramienta así en cuanto mis quehaceres me lo permitan.

Seguí impasible en el sofá porque estaban poniendo una noticia acerca de la muerte por envenenamiento de Lucía Etxeberría, sucedida al intentar leer sin vomitar un borrador de su próxima novela. Sin embargo, la ráfaga de disparos que los dos angelitos descerrajaron sobre mi televisor con pantalla de plasma me sugirió que quizás era el momento de prestarles un poco más de atención y dejar de hacerme el chulito.

Así que levanté la cabeza y cuando se disipó la humareda pude ver aparecer, entre las dos moles, a otra de la misma anchura pero un metro más bajo. No llevaba traje negro, sino rojo con blusa blanca. Y sobre la cabeza, un cardado con tanta laca que hubiese llevado a la oligofrenia a cualquier defensor de la capa de ozono. Una voz más cascada que la de un catador de cazalla rompió el hielo:
- Hola.
- Osti, si és la molt ilustrísima alcaldesa. Com estàs, geperudeta?
- Senyor pirotècnic, pot escomençar la mascletà.
- Com? A què ve aixó ara?
- Amunt València!Vixca la mare de Deu!
- ¿Y si lo intentamos en castellano?
- Mejor, en este idioma mis posibilidades son mayores.
- ¿Quieres tomar algo? ¿Lo de siempre, un gintonic tamaño Miquelet sin hielo y sin tónica?
- Venga.
- Y dime, vieja amiga, ¿qué te trae por aquí? Porque imagino que para ver la tele no has venido.
- Tú.
- Me lo imaginaba. ¿Otro gintonic?
- Que sean 6 más. Y escucha, porque sólo lo diré una vez. ¿Te dice algo el nombre de James Bond?
- Mmmmmmmmm, quizás un billete me ayude a refrescar la memoria.
- Era una pregunta retórica, ceporro. Como sabes, James Bond está al servicio de Su Majestad la Reina de Inglaterra. Pues bien, yo también quiero tener un servicio secreto propio, para algo soy la reina del Regne de València. Y ahí es donde entras tú, quiero que seas mi agente secreto, que desempeñes para mí las más arriesgadas misiones. Y que seduzcas a las más bellas mujeres, las amordaces y las metas en mi habitaci... eh, quiero que desempeñes misiones, dejémoslo ahí. Te pagaré, ya sabes que los valencianos otra cosa no, pero diners, ¡¡¡ne tenim a cabasaes, cheee!!!
- Tentador, sí señor, tentador. Tal vez mi vida necesite un cambio. Pero eso sí, yo no trabajo solo. Tengo un ayudante sin el cual no voy a ninguna parte salvo a los sitios a los que voy solo.
- No hay problema, ya te he dicho que los ciudadanos pagan lo que sea.
- Es que hay un problema.
- ¿Es gay? No pasa res, mientras no lo diga, no intenta adoptar ni abortar y vaya a misa, aquí se respeta la libertad de cada uno.
- No, es catalán.

Al oír la palabra, los dos guardaespaldas comenzaron de nuevo a disparar, esta vez a diestro y siniestro, llevándose por delante mis pinturas rupestres de un amigo del pueblo y mi colección de vinilos con toda la discografía de Parchís y el incunable de Jesulín de Ubrique. Finalizada la descarga, descubrí que de nuevo me había quedado solo en mi loft y que en la huída habían decidido dejar vacío mi mueble bar, que es más lo segundo que lo primero. Eso sí, tenía más agujeros en las paredes que los virus que viven en los quesos de gruyere (madre mía, la de neuronas que he perdido para encontrar esta analogía, suponiendo que esto sea una analogía).

Salí al balcón para intentar localizar a la Muy Ilustrísima, pero no había ni rastro. Desde entonces he estado esperando una llamada, pero nada. Incluso he visto cada día las noticias de Canal 9 para intentar descubrir en ellas un mensaje oculto, una señal, algo. Pero nones. Eso sí, me sé de memoria la alineación del Valencia para su próximo partido contra el Benejúzar.

Así que he decidido volver a mi vida antigua, con mi capitán, con mi blog, con todos ustedes. Si ustedes quieren, claro.

Y si eso, que cambie Rita, que así como estamos estamos la mar de bien.

martes, 9 de diciembre de 2008

¿Buscas a Vicente?


Nunca pensé que diría esto, pero me aburro sin Vicente.

La última vez que lo vi se dirigía a la tienda de discos de la avenida Borbón, él nunca ha sido muy monárquico pero le gustan los discos de Marisol.

Ayer me acerqué a la tienda a preguntar por él, pero en la esquina me sorprendió un bulldog con gabardina enseñándome sus partes nobles (no olvidemos que estaba en la avenida Borbón, y allí a la pilila la llaman así, cosas de la nobleza...) así que decidí mantener una distancia prudencial, meterme en una cafetería y esperar. Me senté cerca de la ventana y de la puerta, para observar y por si tanía que salir corriendo sin pagar. Cogí un periódico y me casqué una siesta padre sobre las paginas color salmón, el camarero me despertó y me dejó sobre la mesa un cafe con hielo y un bocadillo de sanfaina, no lo había pedido así que pensé que era todo un detalle por parte de él. Mientras el señor con bigote de la mesa de al lado no hacía más que reclamar al camarero su bocadillo de sanfaina, yo me dediqué a mirar por el cristal de la cafetería a ver si averiguaba algo de Vicente. Quizás hubiera ayudado que el cristal hubiera estado más limpio, pero no logré ver nada que lo relacionara con él.

Después de fingir una llamada urgente salí del bar corriendo, esquive otra vez al bulldog que seguía allí en la esquina piropeando a la multitud y me dirigí hacia la oficina, era el último lugar donde se me ocurriría buscar a Vicente, pero teniendo en cuenta que la última vez que desapareció volvió con un hijo, esa era mi última opción a la desesperada.

Llegué a la puerta de la oficina y me percaté que no tenía llaves, nunca las había necesitado antes, yo soy más de bufetes y de bares nocturnos de carretera. Llamé al timbre una vez para no levantar sospechas, el casero tiene el oído muy fino y hace meses que debemos el alquiler. Al cabo de un rato esperando, tiempo para hacerme la manicura con un cortauñas de marca que acababa de encontrar por la calle, apareció Vicente, con su bata de andar por casa, su copita de coñac y su puro a medio gas. De fondo se oía la canción de Marisol "estando contigo" y una voz femenina que intentaba seguir sin éxito la letra de la canción. Me bastó una mirada y un movimiento muy sutil del pie de Vicente contra mi culo para entender que llegaba en mal momento, Vicente tenía trabajo...

Así que si echan de menos a Vicente, no le busquen por la oficina, que allí no esta.

Kapitán Rumikel

Pd. espero Vicente que no te moleste la intromisión, y si le molesta, pues escriba, escriba, que la audiencia le echa de menos! Desde aqui, y si alguien ha seguido leyendo hasta el final, les invito ha dejar un comentario para que Vicente se anime y nos deleite con una nueva entrega de Las aventuras de Vicente y el Kapitán RMK, venga que es gratis.