lunes, 5 de noviembre de 2007
HE VISTO A LA VIRGEN
Puede que empezar así una declaración me reste credibilidad ante sus ojos, llevándole a pensar quizás que soy uno de esos típicos niños pastores apocalípticos de Fátima, Lourdes o la calle Génova. Pero las cosas sucedieron tan de repente que me he visto en la obligación de no andarme con rodeos, pues tengo un mensaje que anunciar al mundo y he escogido este blog por su seriedad, por su rigor científico, por la multitud de personas inteligentes que lo visitan y porque en el de El País sólo me harían caso si decía que la Virgen me había dicho que ETA no había tenido nada que ver con el 11-M, cosa que no sucedió, para alegría y jolgorio de pedrojotas.
Empezaré ya mi relato, pues si me ando mucho por las ramas puede que cuando usted lea esto, sea ya demasiado tarde. Tumbado en mi sofá estaba ayer domingo, viendo el fútbol gratis en La Sexta cuando de repente, en el momento en el que mi equipo estaba a punto de marcar un gol por la escuadra, se nubla la pantalla y en lugar de Gica Craioveanu y su pertinaz flequillo, aparece una señora con una corona resplandeciente en la cabeza, lágrimas de sangre en los carrillos y las manos juntas, como rezando. Pensando que se trataba de una estratagema de Sogecable para fastidiar a la cadena de Milikito por lo de la guerra del fútbol, me cisqué en los muertos del nuevo jefe del monopolio (o sea, en el recién difunto Polanco) y traté de volver a sintonizar con la tarde de fútbol, goles y alegría. Mas cuál fue mi sorpresa cuando la señora, lejos de desaparecer de la pantalla, me llamó por mi nombre:
- Adelino…, Adelino… Soy María, la Virgen. Nuestra señora, la madre de Dios. La Inmaculada. La Virgen María, vamos.
Entre lo súbito de la aparición, la modorra postsiestática, el abotargamiento cerebral común a los días festivos y que, por así decirlo, me pilló a contrapié, no supe qué decir y quede frente a la caja tonta con la boca abierta.
- He venido para comunicarte algo. Quiero que seas tú mi mensajero.
- ¿Yo?
- Sí, tú. Hace algunos años, mi marido y yo decidimos mandar a otro hijo nuestro a la Tierra para difundir un mensaje y que de paso aprendiera idiomas y conociera gente. Su tarea era llevar la paz al mundo y demostrar así que no solo existimos, sino que además pagamos la Seguridad Social como todo hijo de vecino. Pero viendo cómo habíais tratado a Jesús, le comenté que tuviese cuidado con los milagros, que fuese un poco más disimulado y que se alejase en la medida de lo posible de las cruces y de los señores con clavos y martillos que las merodean. Pero él, en vez de cumplir su misión, se ha dedicado todo este tiempo a vivir de sus poderes, olvidando por completo cuál es su cometido en este mundo. Y gastándose un buen dinero, todo hay que decirlo. He intentado hablar con él mil veces para intentar que vuelva al redil y para que se ponga la camisa por dentro, pero ya sabes que los hijos pasan de las madres. Y encima ahora no me coge el móvil. Así que me he aparecido a ti, que eres el primero de la guía de teléfonos, para que le digas que o hace lo que tiene que hacer y se viene para casa, o cuando su padre se entere, que no me venga llorando.
- Pero María, perdón, doña Virgen, este… Virgenmaría…ché qué lío, ¿cómo lo reconoceré?
- Muy fácil, lleva pelo largo, chalequito negro y sombrero de copa. Y responde al nombre de Juan Tamariz.
- ¡No joda!
- No puedo. Y ahora te dejo, que tengo que planchar las túnicas de todos los 400 y pico beatos que nos habéis mandado desde España. Mira que habéis tenido tiempo desde el 39. Pues nada, ¡todo a última hora! Españoles…
Al instante, la imagen de Ronaldinho celebrando un gol volvió a la pantalla del televisor. Desgraciadamente, el teléfono de Juan Tamariz no sale en la guía, y los del 11811 me han dicho que no me dan teléfonos de famosos. Así que voy a aprovechar la ocasión para que si alguien ve al mago, por favor, díganle que su madre le está buscando. Y que conecte el móvil, que por su culpa me perdí lo mejor del partido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario