jueves, 3 de enero de 2008
Cuento (largo) de Navidad
Han sido, sin lugar a dudas, las peores vacaciones de Navidad de mi vida. Mucho peores que aquéllas en las que me regalaron un libro de Lucía Etxebarría y un disco de La Oreja de Van Gogh.
Y la cuestión es que empezaron muy bien. Como hacemos cada año por estas fechas, el Capitán Rumikel, el menda lerenda y un selecto grupo de amigos nos retiramos a una mansión escondida en las montañas del interior de Catalunya para disfrutar de nuestras interesantísimas conversaciones, comer, beber y jugar a juegos de mesa como el voleibol femenino.
En eso estábamos en nuestra primera noche de retiro cuando nos sobresaltaron unos golpes en la puerta.
- O alguien se está dando cabezazos en la madera para comprobar su dureza, o llaman a la puerta.- apuntó el Capitán.
- Creo que es lo primero, a estas horas, ¿quién va a llamar?
- Es que deberían poner una etiqueta en las puertas que dijesen lo duras que son, porque si no, la gente va por ahí comprobándolo y molestando a los demás.
- Ya, pero el gobierno prefiere dictar leyes como lo del cheque bebé, lo de las bodas gays y lo de los pisos en alquiler antes que detenerse a arreglar lo que de verdad importa: lo dureza de las puertas y los pellejitos que te salen en las uñas.
- ¡¡Es verdad, es verdad!!- gritamos todos a coro, como hacemos siempre que estamos de acuerdo en algo. Eso nos reafirma en nuestras creencias y nos solapa cuando alguien hace un gallo.
Media hora después, cuando calculamos que un ser humano medio ya habría deducido el nivel de durabilidad de la puerta, empezamos a sospechar que quizás era alguien que llamaba con la intención de entrar. Yo, que además de más apuesto que un galán de los años veinte, soy un hombre de acción, di un paso adelante para abrir.
Sin embargo, la entrada de la casa estaba unos cuantos pasos más allá, por lo que tuve que esperar a que alguien más atlético hiciese el camino entero, girase el pomo y nos dejara ver quién estaba detrás de aquella lámina de madera de pino que nos separaba del frío mundo exterior. Más tiesos que un palo, tiritando y con estalactitas en la nariz, encontramos a Nicolás Sarcozy y a Carla Bruni.
- ¡Colasito!- así le llamamos los amigos que le llamamos Colasito- ¿cómo tú por aquí? Pasad, pasad, que no se diga que los españoles no somos hospitalarios, gabachos hijos de puta.
Le dimos una taza de té caliente a él para que entrara en calor y una de Nescafé a ella para que nos cantara la canción. Una vez recuperadas las temperaturas, tuvimos que golpearnos las cabezas contra la puerta, pues se nos había quedado la duda cruel y queríamos saciar nuestra curiosidad. Resultó ser una puerta dura, en grado 6. O sea, de lo mejor que se puede encontrar hoy en día en el mercado de las puertas duras.
Nos comentó Colasín que había tenido que refugiarse en nuestra casa porque los paparazzi no le dejaban vivir y que quería unos días de asueto. Como ninguno sabíamos a ciencia cierta el significado de la palabra, le respondimos que sin problema, que asuetara con nosotros.
Poco tiempo después, oímos el timbre de la puerta. El Capitán Rumikel volvió a teorizar:
- Ya estamos. O alguien estaba señalando hacia algún lado con tan mala suerte que no ha medido bien las distancias y su dedo se ha empotrado contra nuestro timbre, o alguien quiere que le abramos la puerta.
Cuando Carla Bruni murió debido a la explosión de sus tímpanos, descartamos la opción B y nos echamos a suertes quién abría. Nicolás Sarkozy perdió. En otra ocasión le hubiese tocado abrir a él, pero como nos lo jugamos a la ruleta rusa, lanzamos los dos cadáveres a la hoguera y yo mismo abrí la puerta, más calentito que el mundo.
Allí fuera estaba David Meca.
- Hola, es que estaba haciendo mi última prueba, la de recorrer a nado todas las montañas de España. Me pregunto si me dejaría pasar un momento a aliviarme, que si me la saco en el bosque con este frío se que queda chiquitina chiquitina.
Hice lo que hubiese hecho cualquier persona de bien: partirle la cabeza con un hacha para que dejara de darnos el coñazo con sus proezas. Sin tiempo que perder, lanzamos el cuerpo a la hoguera y tratamos de seguir con nuestra partidita de béisbol de mesa.
Pero oye, nones. Sólo treinta minutos más tarde, se oyeron unos gritos provinentes de la calla. “¡¡Ah de la casa!!, ¿hay alguien ahí dentro?”.
- Lo que yo te diga, eso es que alguien ha decidido interpretar una obra de teatro clásico en plena noche al aire libre con 15 grados bajo cero para ver cómo afecta el frío al método Stanivslasky. Eso, o que alguien más quiere entrar.
Curados de espanto, sólo nos quedamos con la duda durante 20 minutos, que es el tiempo que se consume en interpretar una obra de teatro clásico. Pasado ese tiempo, abrimos la puerta.
- Oiga, su cara me suena. ¿Usted no es Dejuana? Le veo más rechonchito…
- Sí, sí, es que estoy en la cabaña de al lado con unos señores con pasamontañas preparando unos fuegos artificiales y he escuchado la música que tenían puesta, y ahivalaostia, que me ha gustado mucho. Y me he dicho, voy a preguntarles qué es, que me lo bajo para mi Vasc Pod.
- Estamos escuchando a Manolo Escobar, sus grandes éxitos - le dije para gastarle una broma, pues entre visita y visita, se nos había hecho ya el día de los inocentes.
Es curioso el ruido que hace un cuerpo sin vida cuando se desploma víctima de un ataque al corazón. El plof es seco, duro, y corto. Plofff. Las dos últimas “efes” son porque se hunde en la nieve. Tengo que aprender a no hacer según qué tipo de bromas. Y a secar los cadáveres antes de lanzarlos a la chimenea, porque este tardó en quemarse mucho y nos inundó la casa de humo.
Mientras se despejaba, salimos a la calle y nos dedicamos a clavar maderas en las puertas y ventanas para que nadie más pudiera entrar, sin pensar que tampoco nosotros podríamos hacerlo. Así que decidimos volvernos a casa andando, con la esperanza de que 2008 fuese un año mucho mejor del que acabábamos de dejar atrás.
- Ah, por cierto – dijo el Capitán- , que no me acordaba de comentaros que esta mañana ha venido Juan Bautista Soler, el gordo del Valencia. Me ha pedido si podía tumbarse un momentín, que no se encontraba bien. Está acostado arriba, acordaos de llamar a la Policía para que vayan a por él.
Mientras nos comíamos nuestros teléfonos móviles, nos miramos a los ojos y supimos que 2008 iba a ser nuestro año. Y si no, al tiempo.
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2 comentarios:
Joer , que envidia, yo lo único que he hecho es comer almendraos y ver el casting de Fama.
Urodonal, el año que viene se apunta con nosotros, que necesitaremos manos fuertes para asesinar. Por supuesto, le daremos almendrados y el capitán bailará mejor que Leroy Johnson.
Por cierto, feliz año a todos.
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