lunes, 14 de enero de 2008
Fuera de Contexto
Absoluta y completamente fuera de contexto. Ya debería usted saber cómo se las gastan esto periodistas del tres al cuarto que tanto abundan últimamente. Uno, durante una conversación distendida dice una frase y ellos la extraen y así, sin más, la publican.
Y si cambia el significado por completo, a ellos se la trae floja, lo que quieren es vender periódicos.
Entiendo que al leer mis declaraciones usted pudiera sentirse molesto, pero creo que esta aclaración le servirá para convencerse de que entre mis intenciones jamás estuvo la de ofenderle. Sí, claro, es perfectamente comprensible que si uno descubre que sobre él dicen en el suplemento cultural de El Periódico que es “una persona indeseable, asquerosa y llena de prejuicios que no ve más allá de sus narices y que debería estar fusilado o apedreado en una plaza pública”, pues monte en cólera y diga lo que ha dicho usted sobre mi persona.
Pero ya le digo, es una frase entre un millón, extraída con la mala baba del reportero que quiere hacer daño y enfrentarnos. Porque en esa transcripción literal no se tiene en cuenta el tono jocoso con el que lo dije mientras defecaba sobre una de sus fotografías ni el resto de la conversación, que transcurrió entre menciones a su progenitora y risas sobre la disoluta vida sexual de su señora esposa.
Ahora bien, a ellos sólo les interesa la carnaza, por eso publicaron lo que publicaron. Es indecente, lo sé, una degradación constante de una profesión antaño digna y que ahora se ha convertido en un mercadeo de chismorreos y mentiras. Pero bueno, para eso estamos nosotros, los civilizados, los serios, la gente de bien, para volver con nuestras palabras a contextualizar lo que otros se empeñan en extraer para delinquir usando mis palabras como arma arrojadiza.
Posiblemente cuando usted declaró en la edición dominical de El País que yo era “un pajillero ególatra que no sabe dónde tiene la mano derecha, con menos talento que un ciempiés harto de crack”, se refería a otra persona o no quería decir exactamente eso de mí. Por eso no he tomado en serio sus críticas, porque sé que tras ellas se esconde la mano ruin de un recién licenciado, que no sólo no ha verificado la noticia sino que además, vaya usted a saber de qué podridas fuentes ha bebido. Y no me refiero a su aliento a licor escocés, no piense mal.
Sepa pues que no se lo tengo en cuenta, no se disculpe, usted y yo estamos muy por encima de todo esto.
Por eso, cuando mañana lea en la portada de El Mundo que entrecomillan mis palabras “jamás había visto a un tío tan imbécil como él, desde aquí le deseo que lo parta un rayo y de que lo atropelle una apisonadora, aunque me sabe mal por las pobres apisonadoras”, entienda que no hay mala intención mía, sino del obtuso periodista que firma la entrevista.
Una vez aclarado el malentendido y mucho más tranquilo, me despido atentamente, poniéndome a los pies de su señora, que a estas horas debe estar yaciendo. Aunque ignoro con quién, ya que usted está leyendo mi carta, cornudo de los cojones.
Siempre suyo,
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