jueves, 25 de marzo de 2010

Astenia primaveral


Pese a lo que pueda parecer si alguien nos toca el estómago con el dedo, no somos de piedra. Sentimos, sufrimos, nos alegramos, lloramos y hacemos más cosas que no diremos por si hay niños leyéndonos, con lo malo que es eso, lo de leer, en según qué edades. Miren si no lo que le pasó a Hitler, que leía libros de caballería cuando zagal en su Asturias natal y luego creyó que los judíos eran gigantes y los intentó fichar para un equipo de baloncesto y se armó la de San Quintín, que en realidad se llamaba Quinto y curiosamente era hijo único. Y bajito, por lo que no pudo entrar en el equipo de baloncesto. De todos modos, como era santo, no podía hacer faltas personales ni pillar rebotes, así que casi mejor para todos.

Una vez aclarado esto (era necesario, créannos, recibimos cada carta quejándose de cada cosa que nos vemos obligados a no dejar nada en el aire, malditos jubilados antisemitas) les comunicamos que debido a la crisis que nos asola y a la escasez de nuevas misiones con las que salvar el mundo, nos hemos visto obligados a dejar nuestra mansión del barrio de Pedralbes en una gasolinera para que la adopte alguien y a vender a precio de ganga (ganga cara, pero ganga al fin y al cabo) nuestra cabaña en Aspen, Colorado.

Y nos hemos mudado pero con ropa de vestir, así informales, ya saben cómo somos. Y nos hemos trasladado y puesto a compartir un piso de estudiantes sito en el barrio de Gracia. Pero no se crean que nos hemos convertido en unos perroflautas con greñas y porros y longplays de Macaco, seguimos siendo tan finos y elegantes como siempre. Progres, pero elegantes, que por mal dadas que vengan, nuestro batín con escudo y nuestras pantunflas de cuadritos no nos las quita nadie.

Todo cambio requiere de un proceso de adaptación, pero nosotros somos hombres de mundo y apenas nos ha costado pasar de una parcela de 10.000 metros cuadrados, piscina, sala de billar, campo de voleibol femenino y chimenea tamaño boca de María Abradelo a un cuchitril de dos espacios (¡tirando por lo alto!), cocina integrada (me huele la almohada a pescaíto frito, no todo iba a ser malo) y un felpudo que dice Hola y que al estar fuera de casa, hace las veces de terraza.

Quien no lo lleva del todo bien es Benito, nuestro mayordomo, que no controla bien las nuevas dimensiones e igual nos sirve el desayuno a nosotros que a los vecinos del quinto que curiosamente, mira cómo son las cosas, no tienen nada que ver con San Quintín, pero que tienen un amigo al que le gusta el baloncesto. El mundo es un pañuelo, va a ser verdad eso de que todo está interconectado. Ya sólo me falta encontrar un judío al que le guste leer libros sobre alemanes con bigotillo y habré cerrado el círculo. Si conocen a alguno, mándennos un burofax, por favor.

Ya que teníamos un piso de estudiantes y como hombres consecuentes que somos (elegantes, pero consecuentes) decidimos apuntarnos a la universidad. A mí siempre me ha hecho ilusión aprender a leer (no todo iba a ser escribir y escribir) así que me matriculé en la Universidad de Lectura o algo así, porque como no sé leer (tiempo al tiempo, aprendo rápido) uno va dando palos de ciego. Y hablando de ciegos, el Capitán Rumikel decidió dedicarse profesionalmente a la fotografía, por lo que se matriculó en todas las universidades que encontró en un maquiavélico plan que dará sus frutos dentro de 5 años cuando todos sus compañeros necesiten hacerse una orla y ¡voilà! ahí estará él con su cámara y su objetivo.

Tanto estudio y tanto plan de futuro nos hace llegar a casa rendiditos. Y esa y no otra debe ser la razón por la cual no hemos utilizado aún la primera norma que se pone en una casa de estudiantes: cada vez que uno de los dos (esto es importante, porque si estamos los dos a la vez no tiene sentido) se halle en su habitación yaciendo con una zagala de sexo opuesto siempre y cuando el opuesto sea femenino (quisimos remarcarlo bien para evitar problemas posteriores y dejar bien evidente que seremos progres pero machos como el que más), debemos dejar un calcetín en el pomo de la puerta pero por la parte de fuera (con el Capitán toda redundancia es poca) para que el otro al llegar a casa sepa:

a) que no puede entrar salvo que el otro le llame por su nombre a voz en grito y añadiendo después de su nombre las palabras "trae" "un" "saco" "tamaño" "señorita" "y" "algo" "para" "limpiar" "la" "sangre" y en ese orden estricto.

b) que no puede pasearse por casa ataviado únicamente con el batín y las pantunflas, ya que hay una señorita en casa. Así que debemos ponernos el pañuelo de seda que tan bien nos queda. Y atarnos el batín.

c) enchufar la webcam.

d) grabar Scrubs que luego contado no tiene gracia.

e) preguntar a los del quinto si saben algo de Benito que se fue a por uvas y se lo llevó el viento provocado por unos molinos gigantes con bigote y camiseta meyba estilo chicho sibilio.

Ya les digo, aún no se ha dado el caso de tener que usar el calcetín. Y uno se empieza a preocupar, no porque tema que haya perdido su sexappeal con las chavalas, no, sino que porque con el cambio de tiempo, la vuelta del solecito y la llegada de la primavera, uno, que como he dicho es hombre de mundo (se les tiene que repetir todo, ¿eh?) muda su atuendo cual culebra riachuelera y donde antes llevaba batín ahora luce quimono de hilo japonés y donde antes calzaba pantunflas calentitas ahora anda con paso firme con chancleta de las de poner el dedito. Y las llevo sin calcetines, así soy yo de moderno (algunos me confunden con el más homosexual de los de Astrud, no les digo más).

Es por ello que hemos pensado que para evitar malos entendidos y sorpresas desagradables (a la par que elegantes), y aunque ello pueda suponer depresiones primaverales y suicidios varios entre las muchachas con bidones de gasolina que nos leen, vamos a iniciar una época de castidad y abstinencia sexual que se prolongará hasta después del verano, cuando vuelvan los rigores (qué bien traído) del invierno y volvamos en enfundarnos nuestros calentadores estilo Lali Ruiz, que por si no la recuerdan, fue la señora que sustituyó a Eva Nasarre en el programa de gimnasia que veíamos cuando éramos niños mientran todos los demás amigos estaban en las bibliotecas devorando guardianes entre el centeno, metamorfosis y demás morralla.

Y así les ha ido.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Hivernando...

Estimado Capitán:

Espero que al recibo de la presente se halle usted bien. O al menos, tal y como estaba hace unos meses. Imagino que durante todo este tiempo se habrá estado preguntando dónde diantres me he metido que ni escribía ni nada. Me han llegado rumores que insinúan que algunas noches han visto a un joven con gafas de pasta correr desnudo por las calles de Sarrià gritando mi nombre como un poseso. Esa tarea normalmente la hacía yo, pero le agradezco que haya ocupado mi lugar en mi ausencia. Si eso corra unas cuantas noches más y ya me pongo yo después de Semana Santa.

¿Que dónde he estado? ¿Que qué hacía? ¿Que dónde me metía? Uff, si yo le contara. Mire, me ha caído usted bien, le voy a contar.

Todo comenzó el 1 de enero de 2010. Tras levantarme de la cama me senté en el sofá para ver la competición de saltos de esquí. Me quedé traspuesto. Y desperté el 7 de enero, ya sabe cómo soy yo cuando pillo la posturita.

Como todo hijo de vecino, comencé el año con una lista de buenos propósitos, el primero de los cuales era renovarme el carnet de identidad. Así que con una foto tamaño carnet (lo cual, si se me permite, es un error ya que no es tamaño carnet sino tamaño foto que va dentro del carnet) me puse a la cola. Y allí estuve hasta el 17 de enero, fecha en la que me tocó mi turno.

La funcionaria me pidió la foto, un duplicado de la misma, la cartilla de nacimiento, matrimonio, el divorcio, la custodia de un niño que pasaba por allí, una copia compulsada de la orla de la facultad, el teléfono de tres amigos, me hizo decir tres trabalenguas, me mojó el dedo en tinta y tras sellar 6 folios y graparme la mano a los mismos, con una sonrisa en la boca me miró fijamente y me dijo:

- Ya está, acaba usted de ser adoptado por los Pitt Jolie. Enhorabuena.

Sólo una línea después (esta que estás leyendo), formaba parte de un hogar multicultural sito en Beverly Hills. Huelga decir que al principio pensé en sacar a la pareja de su error pero luego, pensándolo, decidí postponerlo: en parte para no quitar la ilusión a mis nuevos padres, en parte porque leí que puede ser traumático para el hijo perder de vista a su madre durante la época de lactancia y en parte porque los Pitt Jolie me ponían unos peuquitos de felpa más calentitos que una camiseta imperio damart termolactil de cuello alto (¡ahí es nada!).

Así que allí me quedé al abrigo de mamá Angelina, creciendo y aprendiendo los colores. Mi madre estaba orgullosa de mí, decía que de todos sus hijos, yo era el 7º más espabiladito. Siempre se me han dado muy bien los juegos de amontonar cuadraditos, como usted bien sabe.

Mas si sabe de psicología, no habrá tardado en adivinar que entre mi padre y yo pronto comenzaron las primeras envidias y malas miradas. Brad (me niego a llamarle papá) nunca me quiso como se quiere a un niño. Y no me refiero a la forma en la que los curas quieren a los monaguillos, sino vestido. Malmetía, el tipo malmetía. Le decía a mami que si yo ya era mayorcito para dormir en su cama, que si no le parecía bien que me duchara cuando ellos, que qué hacía yo vestido con ropa interior femenina (soy un niño, tendré que disfrazarme ¿no?) y sobre todo, que por qué siempre le tocaba a él cambiarme cuando me hacía caca.

Envidioso.

Así que poco a poco fue haciéndome a un lado y queriendo más a mis hermanos, malditos bastardos. Yo me convertí en un muchacho introvertido (a la par que elegante, hay cosas que vienen con los genes) y pasé mucho tiempo en mi habitación urdiendo un plan de venganza.

Un buen día, hará cosa de dos semanas, vinieron a hacernos una entrevista los de la revista Vanity Fair. Lo típico, fotos en el jardín, fotos en la piscina, en el hall, en el dormitorio, etc. Y preguntas a cada cuál más chorra. Hasta que se fijaron en mí:

- Y Vanessa Jonás Pitt Jolie (sí, esto de los nombres modernos es la pera), ¿ya sabe decir alguna palabra?
- No- dijo el imbécil de Brad- el niño nos ha salido un poco retrasado.
- Sí papá, sí sé hablar un poco.
- ¡Ay hijo de mis entretelas!- mi mami habla así en verdad- ¡ay corazón! ¡ay mi querubín que ya se me suelta! ¿Qué sabes decir, fruto de las entrañas de otra compradito por mí?
- Que papá se pasa las noches viendo Friends y tocándose la pilila cuando sale Rachel.

La ira de los dioses fue un eructito de los de después de comer comparado con lo que se montó allí a continuación. Gritos, guantazos, flashes, llamadas a redacción para detener las rotativas, polvareda, insultos, perosiyos, sielputocrío, siyasabíayoque, malpadre, quieroldivorcio, y en ese plan.

En la siguiente escena entraron revistas dando vueltas sobre fondo negro que publicaban la noticia de la separación, de la crisis, de la catástrofe. Pero yo ya no estaba allí para verlo. Salí en silencio de la mansión, monté en mi pony y chano chano volví a España a seguir con mi vida. Al llegar a casa tenía una carta de la Policía diciéndome que pasara cuando quisiera a recoger el certificado de defunción que había solicitado y que si no lo hacía en tres días me declararían vivo de remate y que me atuviese a las consecuencias.

Hace cuatro días que estoy en la cola, no vaya a ser que se me pase el turno y la volvamos a tener.

Pero vamos, por lo demás bien, gracias por esperarme. Seguimos en contacto.

Suyo afectísimo,

El Superintendente Vicente.