martes, 27 de octubre de 2009

Lucha de clases


Pese a sus más que evidentes diferencias de clase, la baguette y el pan de payés pronto hicieron buenas migas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Memoria Histórica (vol.2)


Pensando en cómo sería anunciada en las cenas en sociedad, la entonces soltera Carmen Polo de Franco optó por Francisco en lugar de su otro pretendiente, Don Juan Fresa.


Anexo: Años después, los hijos de Pilar Mazo se alegraron al saber que el affaire que su madre tuvo con el General Mola no llegó a mayores.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Memoria Histórica


Contrariamente a lo que se nos intentó hacer creer durante 40 años, la Batalla del Ebro no comenzó porque los republicanos salpicaron a los nacionales.

domingo, 18 de octubre de 2009

Nosaltres els valencians

Estaba yo en mi despacho, mirando de soslayo por la ventana cómo la aurora esparcía su áureo manto por el valle sobre el que se asienta mi castillo/loft cuando recibí vía sms el encargo del Capitán Rumikel: necesito tu comentario de calidad sobre la situación política en Valencia. Y que me devuelvas el suéter de perlé que te llevaste, que parece que vuelve a refrescar.

Que uno tenga una mente preclara, una inteligencia rayana a lo paranormal y una cultura que haría palidecer a Zaplana no significa que deba ir por el mundo dando su opinión sobre esto o aquéllo con la misma libertad con la que bambolean los senos de una hippye montada en un toro de rodeo.

Mas no soy yo un cualquiera en esto del valencianismo, pues deberían ustedes saber que soy descendiente de una familia de rancio abolengo cuyos orígenes se remontan hasta más allá del año 1232, año en la que el Rey Jaime I y sus tropas de valientes entraron a caballo en el castellonense pueblo de Arles dando así inicio a lo que la historia patria llamó "La Reconquista" y que en los libros de historia de algunos países árabes se denomina "Una somanta de ostias que nos aún nos tiemblan las orejas".

Dentro de esas valerosas y aguerridas tropas tenía un lugar destacado mi antepasado Vicente de Vicentez. No eran la valentía y el arrojo sus principales virtudes, pues su labor consistía en, una vez pasaban los escuadrones destruyendo, aniquilando y quemando los asentamientos árabes, llegaba él junto al moribundo moro y le susurraba a la oreja "quien mal anda, mal acaba"minando aún más la moral de los pobres desdichados.

Cuenta la leyenda que cuando Jaime I llegó primero (de ahí su nombre) a la ciudad de Morella y en viendo que con el fragor de la batalla se habían cargado a todo bicho viviente que tuviera la piel más morena que Iniesta, dijo: "Huy, aquí vamos a tener que repoblar." Y que aún no había acabado la frase cuando mi antepasado llegó saltando por encima de los demás soldados a primera fila con la pilila a modo de estandarte y diciendo "Jaumet, ací estic jo, redeu!". Y así empezó lo que en los libros de historia patrios se denomina como "La repoblación" y que en los escritos hallados a las asociaciones feministas de la época se definía como "lo que aprovecharon los tíos salidos para plimparnos hasta por las orejas".

Era una tarea dura, pero alguien lo tenía que hacer. Y mi antepasado bien pronto fue ganándose fama de repoblador, en parte porque era el único que utilizaba anticonceptivos para ello, en parte porque cada vez que se encamaba con una moza se tomaba luego un tiempo para ir a contarlo a sus amigos y en parte porque como era corto de vista y en aquella época las señoras no tenían excesivo tiempo para dedicar a su ciudado personal, más de una vez hubo de ser reprendido por señores con bigote a los que el bravo militar estaba dando por el culo con su habitual ímpetu.

Fue sin duda un gran trabajo, no sólo por lo placentero del acto sino porque como cada vez que una de las damas daba a luz a él le tocaban 15 días de vacaciones, nueve meses después de comenzar la misión pudo jubilarse aunque él, profesional donde los hubiere, seguía de vez en cuando dándose una alegría con alguna de las lugareñas de las zonas reconquistadas.

Con esta ocupación no fue extraño que Vicente de Vicentez tuviera más hijos que José María Ruiz Mateos, desperdigados todos ellos por todo el Reyno de Valencia. No todos los descendientes, claro, de los Vicente tuvieron un papel tan importante como él en la historia de nuestra Comunidad (¡ni que fuéramos los Fabra!), pero sí que a lo largo de los tiempos algunos de ellos despuntaron, como el maese Sento de Vicent, que acompañó a Colón en su viaje a las Américas y del que se dice que importó los altramuces. O de su hijo Vicentet de Vicent, un luchador por los derechos humanos que en plena Inquisición propuso abolir la pena de muerte o que en su defecto, dejase de llamarse pena para no entristecer a los reos.

Mucho (más de 23 y de 24 años) tiempo después mi abuelo Vicente Vicentétegui (hizo la mili en Bilbao) fue determinante durante el intento de golpe de Estado de 1981 en los que salieron los tanques por las calles de Valencia. Él trabajaba de gorrilla y gracias a su pericia pudieron aparcarlos todos sin rayar ni uno, por lo que se dio un paso importantísimo para la paz.

Hace unos años, mi progenitor Vicente Vicente, camarero en el bar del Ayuntamiento de Valencia, se armó de valor para decirle a Rita Barberá que si al gin tonic le pones tónica sube menos pero que según algunos sabe mejor, con lo que la fábrica de Swcheppes pudo contratar a más de 4.500 personas para satisfacer la demanda.

Como ven, hablo con conocimiento de causa cuando digo que en todo esto del caso Gurtel hay algo que huele raro. O eso o que cuando he ido a pasear a Lisondo, mi perro, he pisado algo.

Pero si una cosa me ha enseñado la historia, Capitán, si algo en claro he sacado de la investigación de mis antepasados y de relacionarlo con los tejemanejes que se traen entre manos los mandatarios de los valencianos es esto: el suéter de perlé te lo devolveré cuando Albelda sea fallera mayor.

Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà.

jueves, 1 de octubre de 2009

Sobredosis de letras


- Escribiendo tonterías no llegarás a ninguna parte. Y si no le pones gasolina al coche, tampoco.

La frase que me dijo mi madre antes de despedirse y lanzarse al vacío (es profesora de puenting), tan lapidaria como cargada de razón, me acompañó durante todo el viaje de vacaciones a mi mansión de Marbella hasta que me quedé tirado en la cuneta precisamente por no haberle hecho caso. Luego ella ya siguió, pues había quedado con un refrán y no quería quedar mal. Allá tú, frase, le dije, y levantando el capó me puse las manos en la cintura por la parte de la espalda y me quedé mirando el motor y moviendo la cabeza en forma de negación como si se hubiese roto la tapa del delco y yo supiese qué era el delco, dónde estaba la tapa del mismo, cómo se diferenciaba uno en plena forma de otro averiado y qué hacer llegado el momento de tratar de arreglarlo. En fin, tiempo hasta que llegase la grúa.

Mas lo que a mí me carcomía no era la factura del RACC, sino la primera parte de la oración materna. Y una polilla que se me había atrincherado en mis bermudas veraniegas y me estaba dejando con las vergüenzas al aire, más teniendo en cuenta que en época estival uno se vuelve rebelde y deja en casa los calzoncillos por eso de ser moderno y aprovechar para deshacerse de todo tipo de apreturas.

Lo vi claro: si quería llegar a ser alguien en esto del juntaletrismo, debía dejar de lado los chascarrillos y mi público aficionado a los efluvios del pegamento y convertirme en un escritor maldito, leído por gente con al menos 5 carreras, y que ninguna de las cuales fuese magisterio o publicidad, que no cuentan. Pero, ¿cómo se convierte uno en maldito? Y ¿cómo no se sobrepasa la fina línea que separa al escritor maldito del maldito escritor para que no le pase lo que a Lucía Etxebarría?

Cuando uno se pone a pensar sentando en un mojón de la carretera en agosto a las 3 de la tarde, corre el peligro de que los que pasan con el coche se quejen para sus adentros porque la administración gasta dinero público en esculturas conceptuales en vez de quitar los peajes y de que le pille una insolación. A mí lo primero plim, y lo segundo casi que también, puesto que si son ustedes seguidores de nuestras aventuras sabrán que nunca salgo de casa sin un sombrero tirolés. O sea que si quieren, este párrafo es prescindible, al más puro estilo cortazariano (para que luego digan que este blog no tiene nivel, maribel).

¿Qué distingue a un escritor maldito? Según los libros de literatura de COU de cuando yo estudiaba, tres cosas: una vida disoluta y bohemia, una tormentosa vida interior y una adicción a sustancias prohibidas que le abren determinadas puertas de la percepción pero que al mismo tiempo minan su frágil salud y le hacen apartarse aún más de la sociedad, con lo cual son más bohemios y su vida interior es más oscura, si cabe.

Lo de la vida disoluta y bohemia me daba cierto repelús, ya que cuando uno tiene una edad ir por la calle tocando la flauta con un perro flaco, durmiendo al raso y acostándose con señoritas con el pelo más graso que Leire Pajín me daba nosequé.

¿Puedo tener una tormentosa vida interior? Depende de lo que haya cenado ese día, pero de normal, las 5 horas al día que estoy despierto suelo dedicarlas al baile de salón (con especial predilección por el foxtrot) y a mirar series de dibujos animados, por lo que veo difícil que mi ego y mi superego se líen a mamporros con los traumas de mi infancia y mis ansias de reconocimiento y bla bla bla, sólo de pensar en pensar, ya me entra una pereza que...zzzzzzz.

No había otra, debía tirarme a algún tipo de adicción. ¿Drogas? Ni pensarlo, una vez intenté hacerme un porro y con mi habilidad para los trabajos manuales me provoqué tres esguinces en los dedos al tratar de liarlo. Y anduve 4 años con el papel pegado a la lengua por miedo a morir despellejado al arrancarlo. Y de jeringuillas ni hablar, ¡anda que no cuestan de fumar!

Con el alcohol tampoco podía coquetear. Tengo una especial facilidad para llorar como un bustamante cuando tomo dos anissetes de más y no creo que verme como un imbécil a moco tendido en el Café Gijón me dejara mucho más alto en el escalafón literario que Juan Manuel de Prada, que por cierto, también usa el mismo champú que Pajín. Suponiendo (que es mucho suponer) que usen.

¿Una adicción al sexo? Estaría bien, pero mi cara iba a costarme más dinero del que podría ganar incluso amañando más aún el Premio Planeta.

Sólo me quedaba una salida: explotar literariamente mi adicción a los altramuces.

Me dejé ver por presentaciones de libros con mi bote amarillo, comiendo compulsivamente y haciéndome notar cuando escupía las pieles entre los corrillos literarios.

Escribí un libro "Suenan ya los altramuces" acerca de un altramuzadicto cuya obsesión le hace cometer varios asesinatos guiado por la voz de un altramuz que se le aparece en la oscuridad. En algunas de mis entrevistas declaraba abiertamente mi problema e incluso aparecí en un programa de televisión literario (antes los había, lo juro) completamente ahíto de altramuces. Uno de los mensajes a 7745 que mandaba el público aficionado a las letras decía "Xo est k a tomao? jeminwei te quiero".

"La obra de este altramuzadicto- decía una crítica de mi libro- deja ver un tenebroso mundo interior de un artista movido por los hilos de su adicción. El escritor, que ha empeñado todos sus bienes materiales comprando una fábrica de altramuces, nos deja entrar en su subconsciente en el que luchan a brazo partido el niño que fue y que no imaginaba el lúgubre destino que le esperaba con el drogadicto reconocido, que necesita del dorado manjar para crear sus novelas. Es, sin duda, una cruel paradoja, de la que salimos beneficiados los lectores. Aunque eso le cueste la vida a este escritor maldito."

Lo estaba consiguiendo. Gracias a un libro de poemas, "El lado oscuro del altramuz" gané varios concursos de poesía muy bien remunerados, como todo el mundo sabe ya que la poesía vende, y mucho. Me casé con una hermosa zagala 32 años más joven que yo, aun a pesar de la oposición de su familia, que deseaba que antes de pasar por el altar, tomara la primera comunión y acabara el EGB.

Y debido a mi "problema" y a lo mal visto que estaba el altramucismo en la sociedad (varios cadáveres habían aparecido en los descampados víctimas de una sobredosis), tardé poco en verme vetado en los medios de comunicación. Y claro, las editoriales se negaron a publicar mis libros, que se vendían a urtadillas como rosquillas en las panaderías, aunque eso supusiera imprimir sobre ellas. Sobre las rosquillas, no sobre las panaderías.

Parecía que mi objetivo estaba cumplido, pero no. No era consciente del giro radical que el destino tenía preparado para mí. Estaba muy cerca de probar la parte más amarga del altramuz. Y créanme, un limón verde es mucho más dulce que lo mis papilas gustativas tuvieron que soportar. Maldito...

Continuará...