miércoles, 15 de abril de 2009

Ha nacido una estrella


Como soy un tipo de naturaleza aventurera, adicto a los subidones de adrenalina y al que gusta vivir al límite , decidí que había llegado el momento de lanzarme a tumba abierta a una de las pasiones que siempre habían despertado mi curiosidad: era el momento de hacer mi árbol genealógico.

Así que me encerré en mi despacho y me puse a buscar entre los legajos que había heredado de mis antepasados, muy generosos ellos. Tras horas de investigación logré llegar a la rama que me indicó que mi hermano no se llamaba Psit como yo había creído todo este tiempo, sino Juan José. Cansado y con la cabeza llena de nombres decidí airearme un poco. Y tuve que salir corriendo de la casa, malditas flatulencias.

Para poner en orden mis ideas me peiné con la raya al lado y fui a dar un paseo por la orilla del Duero, que debido a un complicado pero fructífero plan del presidente Camps, ahora pasa por Dénia. La noche había caído. La recogí y volví a ponerla en su sitio, por si venía visita que no lo viera todo desordenado. De pronto me crucé con un tipo extraño: vestía gabardina beige, sombrero de ala corta beige, pantalones beige, zapatos beige y calcetines beige. Me dije para mis adentros: "este año se lleva el beige". Cuando me detuve a tirar piedras al río se detuvo a mi lado y me dijo:

- Psit.
- Se equivoca, me confunde con mi hermano. Nos pasa mucho, como los dos tenemos las orejas puestas en el mismo sitio. Es de familia. Usted busca a Juan José (hice hincapié en el nombre para demostrar que soy un tipo leído pero al mismo tiempo sensible, que se entera de las cosas que pasan en su familia).
- No, no, le busco a usted, Vicente.
- Mire, Vicente sí que soy yo. Aunque muchos me llaman Oiga. ¿Quién es usted?
- Soy Pedro Almodóvar. Pero mis amigos me llaman El cineasta más internacional que salió de su pueblo manchego natal para revolucionar el panorama cinematográfico nacional y convertirse en un icono de la movida.
- Yo le llamaré Caballero, no sé por qué, me apetece llamarle así. ¿Qué desea, Caballero?
- Estoy aquí de incógnito.
- Beige incógnito, lo he reconocido enseguida.
- Necesito su ayuda. Me manda el presidente.
- ¿Laporta? ¿Qué quiere ahora? ¿Más protector solar para Iniesta?
- No, no, ZP. Necesitamos que nos ayude, el cine español se va a pique y sabemos que usted ya nos ha ayudado en alguna ocasión.
- Bueno, sí, yo convencí a Liberto Rabal para que se dedicara a la horticultura. Luego me encargaron que me cargara el incipiente Cinema Català y para ello tuve que conseguir que la Generalitat subvencionara varias películas de Ventura Pons. Y años después conseguí que en Francia pensaran que Juanjo Puigcorvé (Psit Puigcorvé para los amigos) era un buen actor y se lo llevaran.
- Aunque falló en lo de que Ariadna Gil se quedase en casa cuidando a los niños.
- Lo tenía ya casi, pero no conté con que su marido tendría tiempo libre para hacer películas.
- Bueno, el presidente dice que lo pasa por alto. Pero necesitamos una idea: debemos hacer LA GRAN PELÍCULA española. Una historia que nunca se haya rodado y con la que volvamos a ser lo que éramos. Y si puede ser un poco más, pues oye, ya te defecas.
- Está bien, está bien. Apunta. Vamos a hacer una película sobre La Guerra Civil.
- ¡¡Claro!! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
- Pero no una historia de acción, sino una que demuestre que los falangistas eran malos que ponían Iglesias en los incendios y que los republicanos no sólo eran buena gente, sino que las tías estaban bien macizotas.
- ¿A quién llamamos?
- Entre los rojos no puede faltar Ana Belén. Que diga si eso que ella fue al cásting a acompañar a Loles León y que el director al verla quiso hacerle una prueba.
- Brillante, brillante, continúa.
- Bien, Jorge Sanz y Gabino Diego son dos niños separados por la guerra.
- Pero si tienen 45 años.
- ¿Y?
- Nada, nada.
- Y Juan Echanove hará de Franco. Y en las entrevistas dirá que para meterse en el papel pasó varios días dentro de su tumba, imbuíendose del personaje.
- Eres un genio del marketing.
- Una cosa que estaría bien: a Santiago Segura no le déis un papel, dadle una camiseta con el nombre de la peli, él ya sabe de qué va...
- ¿Y qué hacemos con Pilar Bardem?
- Dadle una medalla. La de bronce de 100 metros mariposa, por ejemplo. No nos conviene que nos griten en los Goya. ¿Lo tienes todo apuntado?
- Sí.
- Pues ahora corre. Corre como el viento y llévale mis palabras a Zapatero. Pide la subvención y ponte a rodar, gordito.
- Sólo una cosa: ¿y si los legionarios son travestidos sodomizados por curas y Carmen Polo de Franco es una coupletista frustrada interpretada magistralmente por Miguel Bosé?
- Vas aprendiendo, nos vemos en los Óscar. Venga, largo de aquí.

Sentado en un banco y con la luna como testigo, como si de Woody Allen en Manhatan me tratase, vi alejarse contento y zangolotino al genial director, capaz de convertir en cool el elemento más castizo, un tipo fiel a su carácter transgresor y que ha sabido siempre rodearse de su elenco de musas, que tan pronto le llevan al borde de un ataque de nervios como a la alfombra roja del Kodak Theatre. Un tipo inclasificable, ajeno a los estereotipos, como el juglar urbano Joaquín Sabina.

Me quedé mirando el reflejo de la luna en el agua y caí en la cuenta de que se me había olvidado decirle que la subtitularan. Así solucionaba el problema que me trasladó la Ministra de Cultura, tan preocupada como estaba con que la gente no leía.

Ah, dura vida la del adalid de las artes...

lunes, 6 de abril de 2009

Una de vaqueros

Lo mejor que tiene ir por el Oeste en diligencia respecto al tren es que no hay peligro de que te pongan una película de Steven Seagal o de Antonio Banderas de la que no puedas escapar.



¿Qué les parece como inicio de un relato? ¿Bien o qué? Es que hay que currarse muy mucho las primeras frases de cada post, porque ahora resulta que si alguien recomienda una entrada en Facebook, salen las dos primeras líneas y la gente, dependiendo de lo que salga, pues entran o no. Y una vez dentro, pues ya ven los anuncios de nuestros patrocinadores y compran, se dejan la pasta y nosotros seguimos engordando nuestras cuentas en paraísos fiscales, a la par que elegantes.

Iba a escribir algo más picante, como que con el traqueteo del galope caballil se me insertó en salva sea la parte el cañón de mi Winchester 73, Ron Negrita Joventut 48, pero uno, como español que es, debe ser celoso de su virilidad y no hacer siquiera chistes con ello. Es por ello que me he decidido por lo de Steven Seagal. ¿Lo entienden, no? Que como en la diligencia no hay tele, ¿saben? Es bueno, he tenido mejores, pero piensen que estoy en el Far West, que vengo desde Barcelona y que tengo los riñones molidos de tanto botecito. Además, en pleno desierto de Arizona, llamado así por el fermoso apéndice nasal de la señora del descubridor del desierto (tócate los huevos, he descubierto un desierto. Todo para ti, todo para ti...), nos han parado los pieles rojas (malditos comunistas) que amenazaban con cortarnos la cabellera si no les dábamos todo el dinero. Por suerte, gracias a mis dotes diplomáticas y a mi caidita de ojos, se han conformado con un mechón de mi cabello y con la promesa de que les añadiré como amigos en el Facebook en cuanto acabe con la misión que me ha traído a esta tierra de las oportunidades.

No sé si lo han notado, pero hemos llegado a un acuerdo con Facebook para promocionar su página, aprovechando el tirón de la nuestra. A cambio, nos han dado un sinfonier estilo Luis XVI, Ron Negrita Joventut 48 que queda fetén en el recibidor de casa.

Pues eso, que al final llegamos al pueblo. Aquello parecía mi piso de estudiantes: gente con barba de varios días y en camiseta durmiendo en los portales, olor a defecaciones de caballo y pelotas de polvo del tamaño de un rinoceronte pequeñito cruzando la acera sin mirar a los dos lados (de ahí lo del rinoceronte).

Bajé de la diligencia preguntándome el por qué de ese nombre tan extraño y me dirigí al Saloon. Notaba cómo las miradas de los lugareños se me clavaban en la nuca, no era bien recibido en aquél maldito poblacho. O quizás era porque iba vestido con la camiseta del Palamós y ellos eran del Terrassa. Daba igual, no iba a quedarme mucho tiempo para averiguarlo.

Necesitaba un golpe de efecto, debía demostrar quién mandaba allí, así que me detuve en medio de la calle y pregunté:

- ¿Quién manda aquí?

- ¡El sheriff!- contestaron todos.

- Bien, es lo que quería demostrar.

Y seguí mi camino. Para hacerme el chulo saqué una cerilla de mi bolsillo y traté de encenderla con los pelos de mi barbita. Dio resultado, demasiado resultado: con la cabeza ardiendo como un bonzo salí disparado cual flecha olímpica, entre aspavientos y alaridos tipo cantante de Communards, con tan buena suerte de tropezar con el abrevadero, que como su nombre indica, era dos veces bueno.

Ya repuesta mi dignidad y con la cara como un señor de Birmingham en agosto en Dénia, pero sereno, entré al Saloon con la energía de un tipo que sabe cómo se las gastan en el salvaje Oeste. Una vez más, se hizo el silencio.

Hasta que alguien gritó:

- ¡Que alguien ayude al tío de las llamas, que ahora se ha quedado atascado entre las dos puertas!

Con la ayuda de dos granjeros con sombrero de paja, banjo y mono con tirantes llegué hasta la barra.

- Una Mirinda, posadero. Mejor traiga la botella.

Desde el otro lado de la barra el camarero deslizó la botella, que se dirigía a mí mientras yo pensaba "ahora verás como no la pille, el descojono cómo va a ser". Sin embargo, antes de que llegara a mis manos, sentí cómo un silbido zumbaba a mis espaldas y vi cómo la botella explotaba en mil pedazos.

Me di la vuelta y ahí estaba él. Michael Dellobetis, el famoso foragido, que soplaba el hilillo de humo que salía de su Colt 45-Ron Negrita Joventut 48.

- Diría que me alegro de verte, pero mentiría- escupió.

- En cambio yo, hace tiempo que no miento. Y mucho más que no me alegro- contesté, sabiendo que esta frase no tenía sentido, pero que me ayudaría a hacerme el interesante.

- Vincent, sabes perfectamente que este pueblo es demasiado pequeño para los dos.

- Hombre, tampoco estoy tan gordo... Ah, vale, vale, ya lo pillo. Que me retas en duelo.

- Espero que seas más rápido con la pistola que tus neuronas.

- Yo, en cambio, espero que la rapidez sea igual a la masa por la aceleración (me estaba quedando con todos los parroquianos. Algunos incluso tomaban apuntes).

- ¿Vamos fuera?

- Venga. Pero no mucho rato, que luego refresca. Y una cosa es que lleve calzoncillos de manga larga y otra que sea inmune al viruji.

- Tranquilo, será rápido.

Y salimos. Oíamos cómo en el poblado las mujeres cerraban las ventanas. Algunos padres se llevaban a sus hijos dentro de casa. Otros los metían internos en colegios. La pelotilla de polvo había dado tantas vueltas que era una gigantesca bola en la que rodaban atrapadas vacas, ponys y unos percebes que habían venido a ver a unos escorpiones amigos suyos de cuando la mili.

La tensión se mascaba. El tabaco también. La diferencia entre una y otro se notaba, sobre todo, al escupir. Tenía frente a mí a Michael Dellobetis, el más fiero y famoso cuatrero desde el Missouri hasta el Ebro, que pasa por la Rioja, Navarra y Aragón, como todo el mundo sabe. Sus dedos ágiles habían dejado en la cuneta a más de mil osados que tuvieron el valor de retarlo. Y ahora, yo, estaba a punto de seguir su mismo camino o escribir mi página en un lugar destacado de la historia, posiblemente en la contraportada o, como mínimo, en página impar y a todo color.

Así como de reojillo miré con complicidad a mi Smith&Wesson (el Juventut no jugó ese día) y le dije mentalmente: vamos allá. Con la velocidad en la mano que me proporcionó una adolescencia sin amigas pero con mucha imaginación desenfundé mi revólver y apreté el gatillo.

Humo.

Polvo.

Y un ruido seco: plof.

Cuando se levantó la polvareda vi aparecer poco a poco la figura aún ergida de Michael. Creo que ambos nos llevamos la misma sorpresa:

- ¿No te he dado? - preguntamos al unísono.
- A mí no, ¿qué íbais a por mí, cabritos?- contestó el unísono.

De pronto, un grito:

- ¡¡¡Mi caballo!!! ¡¡¡Cabrooones!!!¡¡¡Rocinanteeee!!!

Un vaquero de los de lanza y armadura y perilla lloraba desconsoladamente sobre los lomos de un rocín flaco tendido en el suelo, inerte. Mi bala había ido en una dirección a la que yo no había apuntado, como me advirtieron al comprar la pistola en aquella feria.

Crucé la mirada con Michael y ambos comprendimos que esto no tenía sentido. Cogidos de la mano de la forma menos homosexual que nos fue posible volvimos a entrar en el Saloon y pedimos Mirinda para todos (sí, sí, Mirinda también nos patrocina) y bebimos y eructamos en las caras hasta que todos llevábamos el pelo hacia atrás.

Los eructos dejaron paso a las canciones sobre llaneros solitarios y picaduras de alacranes, mientras el sol se ponía en el poblado y sólo los gemidos del viudo equino turbaban el devenir normal de un ocaso en el lejano y salvaje Oeste.


Pero, ¿y la bala de Michael Dellobetis? ¿Qué fue de ella? Nunca se supo, nunca se supo. Mas cuenta la leyenda que sigue su curso por el aire en busca de un blanco. Así que si alguna vez estás tomando una Mirinda y oyes un silbido, cuidado, porque puede ser ella. O puede ser un tren que viene (todo depende de dónde te estés tomando el refrigerio).

O puede ser un señor silbando.

Vamos, un 99% de posibilidades que sea eso.

Qué nervios, ¿eh?







Fiuuuuuu....