martes, 17 de marzo de 2009

DESENMASCARANDO LA HISTORIA: EL ARCA DE NOÉ (ojo, historieta larga)




Dicen las escrituras que un buen día Noé miró al cielo y dijo a su padre, Matusalén.

- Huy, parece que va a chispear. Papá, tápate que no me quiero quedar huérfano pronto.

Y siguieron su camino. Noé dejó a su padre en el bar donde había quedado con sus amigos para jugar al dominó y se fue a ver cómo iban sus viñas. Allí, una voz más profunda que la de Constantino Romero haciéndose el machote, le dijo:

- Oro parece. Plata Noé. No, en serio, Noé, tengo un mensaje que darte. ¿Sabes quién soy?
- A ver, a ver, dame una pista.
- Va a caer del Diluvio Universal.
- ¡Mario Picazo!
- Noooo, soy Dios. O como dicen los modernos, Yavhé.
- Ya ves. ¿Decías?
- Que como estoy iracundo con los hombres he decidido inundarlo todo y salvarte sólo a ti y a tu familia.
- ¿Y por qué yo?
- Porque eres el único hombre justo de la tierra. Eres el único que no ha cometido jamás un pecado. Eres, lo que aquí arriba llamamos, un pringao de tomo y lomo.
- ¿Y qué tengo que hacer? ¿Me compro un chubasquero y unas katiuskas?
- Eso lo primero. Y luego, así disimuladamente, quiero que construyas un arca, el arca de Noé.
- Querrás decir una barca. La barca de Noé.
- Noé, Noé, Noé mpieces. He dicho un arca y es un arca. Pero para que veas que te quiero ayudar, te he dejado en tu granero un martillo y 98 clavos. Y una alcayata que me ha sobrado del Vaticano.
- Bueeeeeno, intentaré que nadie sospeche. Aunque no sé qué excusa diré si me preguntan por qué construyo un barco en medio del desierto.
- Tú sabrás, Noé. Pero no te demores, porque sólo tienes 120 años.
- ¡Sí hombre, encima con prisas!


Y así fue como Noé comenzó a construir su propia arca, a la que quiso llamar “La Dorada”, pero un mensajero de Dios apareció para decirle que si seguía en su empeño, se las tendría que ver con la SGAE. Así que la llamó “El Arca de Noé” y aquí paz y después gloria.

Noé, hombre bueno y recto donde los hubiera, avisaba a sus vecinos y les alertaba de la próxima catástrofe. Algunos de ellos se reían en su cara y otros no porque estaban tirados en el suelo tronchándose. Y Noé pensaba “como sea una broma, me sé de uno que se mete un barco por donde yo te diga…” pero como era justo, no decía nada y seguía clava que te clava, emocionándose y desilusionándose cada vez que del cielo caían cuatro gotas y luego volvía a salir el sol.

Con la puntualidad de un reloj suizo o de uno japonés con calculadora, 120 años después, Noé acabó su arca. Y volvió a su campo de viñas a ver si había crecido mala hierba en este tiempo.

- Noé, Noé, ¿sabes quién soy?
- Pues así, a bote pronto… Si no me das más pistas...
- Tienes que salvar a todos los animales.
- ¡Pesaos de Greenpeace! ¡Que no me quiero hacer socio, jopetas!
- Que nooo, que soy Dios otra veeeez. Que mañana es la hora, mañana suelto el grifo y aquí no se salva ni David Meca.
- Dios te oiga. O mejor dicho, tú te oigas. Ostris qué lío sólo de pensarlo.
- Antes de que caiga la del pulpo, tienes que llenar tu barco con todos los animales del mundo. Una pareja de cada especie. Julianesmuñoces no hace falta, si eso. Pero de los demás sí. Los metes en el barco y yo ya me encargo de matar a toda la humanidad y de dejaros sólos en todo el mundo a ti, a tu familia y a los animales. Ah, y no seas tan burro: los peces no hace falta que los subas.
- Yo no es por no hacerlo, si hay que ir se va, pero, ¿aún te dura el enfado de hace 120 años? Para ser Dios, ¿no eres un pelín rencoroso?
- Soy como me pasa por los divinos cataplines. Ya estás saliendo a por los animales. Y para que veas que te ayudo, te he dejado un cazamariposas en un establo.
- Gracias, me vendrá fetén para atrapar leones.


Y dicho y hecho. Bueno, no fue tan fácil, porque cometió un error de cálculo. Primero subió dos tigres, luego dos gallinas, dos conejos, dos ñus, dos liebres, dos perdices, dos corderos y cuando llevó dos terneras, se dio cuenta de que sólo tenía dos tigres obesos. Así que pensó en meterlos en jaulas, que sería mejor. Y eso hizo, para alegría del herrero del pueblo que en sólo un día hizo más negocio que en el resto de su vida. Infeliz, poco le duró la alegría. Venía de comprarse una cuchara de palo para no ser menos que sus colegas cuando la riada se lo llevó por delante. Efectivamente, era el Diluvio Universal. La gente se ahogaba, pedía auxilio, lloraba, algunos se tapaban la nariz y entre glus glus pensaban que le tenían que haber hecho caso a Noé. Noé chocaso y mira, decían en un último y letal chiste malo.

En cambio, en el Arca de Noé, él y su familia, guitarra en mano, ponían buena cara al mal tiempo y cantaban:

- “Del Arca de Noééé, no nos moverán, del Arca de Noéé, no nos moverán porque este Arca es toda su viiiidaaaa, noooooo nos mooooveráááááán”.

Un año después, comenzó a escampar. La vida a bordo no había sido nada fácil. Al principio bien, porque a todos les gustaba ver llover por la ventana. Pero cuando llevas 365 sin ver el sol, tienes la piel más blanca que Iniesta, te duelen los huesos de la humedad y sobre todo, un detalle que se le había olvidado a Dios, el barco hacía una peste a mierda de animal que no te quiero ni contar.

- Mira papá, - dijo Noé Junior- parece que ya para. El cielo se está abriendo. ¡Lo hemos conseguido!
- ¡Estupendo! Ahora sólo estamos en un barco a la deriva, lleno de animales, sin nadie más en el mundo, que, por cierto, está completamente inundado. Y sólo nos queda esperar a que se seque, repoblar el planeta (a mi edad) y esperar a que Dios nos dé más órdenes.

En eso, de nuevo, la voz.

- Noé, Noé, ¿sabes quién soy?
- Pues no, pero como seas David Meca y me hayas seguido, te echo a los leones.
- Noé, tú como adivino no tienes futuro. Soy yo, Dios. Que ya se me ha pasado el enfado. Has cumplido tu misión. Y como regalo, mira lo que he dibujado en el cielo.

De pronto, de entre las nubes, un arco iris multicolor (no te jode, no iba a ser gris) apareció surcando el cielo y llenándolo de luz.

- ¿Una banderita gay? Me vendrá ideal si voy a Sitges. Pero vamos, ahora molaría más si me dieras la cadenita del tapón para quitar el agua.
- Desde luego, Noé, le quitas la emoción a todo. No hay cadenita. Manda una paloma y si viene con una ramita de olivo, significará que hay tierra ahí cerca y que puedes aparcar el barco. Ojo no lo rayes, que te conozco.

Y eso hizo. Noé envió primero un cuervo que no tuvo donde posarse. Luego una paloma, que volvió extasiada porque tampoco había tierra firme. Y finalmente, la tercera, volvió con algo en el pico. Dicen las escrituras que era una rama de olivo. Pero fuentes apócrifas dicen que traía una notita manuscrita con un mensaje que decía:

- Queridos aragoneses. Que si eso, lo del trasvase, lo dejamos para otro ratito, que ya nos apañamos nosotros. Fdo: los valencianos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

El deporte es vida


- Tanto usted como usted tienen el mismo problema: sobrepeso. Les receto que hagan deporte, mucho deporte.
Esta frase del médico me dejó bastante preocupado por dos motivos:
a) en la farmacia me dijeron que no tenían deporte, que eso lo tiene que hacer uno solo.
b) al médico había ido yo solo.
Tenía que hacerme el ánimo: si quería eliminar mi problema de peso del que ya les hablé en el post anterior (si no me creen bajen el cursor un rato y verán) tenía que moverme y hacer ejercicio. Así que me apliqué la frase que hizo famosa el gran deportista Diego Maradona: "todo es ponerse", y me lancé de lleno a este ignoto mundo del sudor y el contacto físico sin (en principio) objetivo sexual.
Lo primero era encontrar el atuendo apropiado. Busqué en mi armario ropero estilo Luis XVI y encontré mi chandal verde con los hombros rosa que me costó 3.000 pesetas de la época en el Prica de la época (suponiendo que tanto las pesetas como el Prica hayan marcado una época, claro). Me calcé mis zapatillas Paredes con doble (y sí, he dicho bien, doble. Uno, cuando es por la salud, no repara en gastos) cierre de belcro y bajé en ascensor (no es plan de lesionarse) al kiosko más cercano.
- ¿Qué? ¿A hacer deporte?
- Hay que estar en forma. Deme el Marca.
Y subí al sofá.
Si uno va a hacer deporte, digo yo que tendrá que saber cuántos hay, ¿no? Pues eso, que eché una ojeada y ya sabes qué pasa cuando uno lee artículos tan profundos, que aparece por ahí como quien no quiere la cosa Morfeo con esos brazos tan musculosos que te dicen ven que te acurruco y uno, que es de naturaleza débil y al que los colores estridentes del chándal estaban dañando los ojos, pues decidió cerrarlos un poco y echar una cabezadita, que si bien es cierto que adelgazar no adelgaza, tampoco engorda.
Oiga, mano de santo. Tres días después me desperté con una vitalidad que ríase usted de esos jóvenes que se toman pastillas de colores los sábados por las noches. Así que decidí empezar a lo grande y me dirigí al estadio de fútbol, donde estaba a punto de jugar un partido importantísimo la selección española. De fútbol, claro.
- Hola, ¿sois justos?
- Hombre, pues no, se nos acaba de lesionar uno. ¿Quieres jugar y ser internacional ante más de 95.000 personas?
- Venga, pero no vale tirar fuerte.
- ¡¡Eh, eh!! - espetó un joven que también por allí andaba - ¡Que yo estaba antes!
- Lo siento Raúl, que tú no juegas, que preferimos a este gordito.
Y así fue como debuté frente a Brasil en la semifinal del campeonato del mundo. Sí, está bien, ganas mucho dinero, viajas y todo lo que quieras, pero digan lo que digan, los partidos en el plus se ve mejor. Y me retiré en busca de otro deporte.
Probé con el baloncesto, pero cogía demasiados rebotes. Que si las cheerleaders van demasiado destapadas, que si el aro es muy pequeño, que si a los tíos de 2,15 les huelen los pies... siempre estaba enfadado. Así que volví a cambiar y me fui al club de tenis a preguntar a ver a aquéllo cómo se jugaba.
- Es muy fácil, yo te tiro la pelota, tú me la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves, yo la tiro, tú la devuelves... aunque no sepas jugar mucho, yo te aconsejo que pruebes. Así sales un poco de la rutina.
Si hubiese sabido cómo se hace, habría salido corriendo.
Nada, que no había forma de encontrar mi deporte. Probé con el curling, el voleibol femenino, hockey sobre patines fisher price con música, petanca indoor, ciclismo (¡qué pedal!) y un sinfín de deportes más aburridos que un libro sin fotos de Lucía Echevarría o con fotos, pero de Lucía Echevarría.
Ya me iba cabizbajo para casa pensando que no había esperanza y que no iba a ser un gordo asqueroso toda mi vida cuando me crucé con un chico con bronceado de haber estado una semana con gafas en la nieve, traje de neopreno, brazos largos, pegatinas de Plátano de Canarias por todo su cuerpo, gorrito de plástico y un aspecto global que parecía como si te dijera: pégame, pégame. No sé si me explico.
- Tú, ¿qué haces vestido así?
- Retos. Me marco retos y los cumplo.
- Ah. ¿Y?
- Vivo de eso.
- Y eso, ¿le importa a alguien?
- A alguien normal no, pero a los medio sí.
- ¿Y se vive bien?
- De categoría.
- ¿Y eso que haces tú cómo se llama?
- Deporte. Soy un gran deportista.
- Cáspita.
Ahí vi claro cuál era mi camino. En agradecimiento, regalé a mi nuevo amigo un juego de pesas de 500 kilos que até a su cuerpo para que no lo perdiera, le di un empujoncito al mar para que practicara su deporte favorito y me vine para casa, a pensar en un reto que atraiga la atención de la gente y que me permita vivir de gorra durante un tiempo.
Le pedí consejo al Capitán y tras árduas deliberaciones, ya tenemos el reto: llegar a las 100 entradas en este blog.
Es duro, es cansado, se sufre mucho, pero alguien tiene que hacerlo.
A ver si lo conseguimos.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Una cuestión de peso


Muchos de ustedes, queridos amigos, me preguntan día sí día también (esto es una frase hecha, no les estoy llamando malditos pelmazos) que por qué no hay ninguna foto mía en este blog que con tanto alborozo compartimos. Ah, cómo se nota que no me conocen en persona, porque entonces otro gallo cantaría (esto también es una frase hecha, no vayan ustedes a pensar que los gallos… ah, que ya lo sabían, que no son tontos, que no hace falta que lo explique todo y que me meta los paréntesis donde me quepan. ¿Y que eso no es una frase hecha? Carambos, qué carácter. Pues nada, nada, cierro el paréntesis, sigo a lo mío y si luego no entienden algo, ya se apañarán, susceptibles).

Iba diciendo antes de que me increparan que no hay fotos mías en el blog. El motivo es el siguiente: estoy tan gordo que no quepo. Y eso que las pantallas son apaisadas. Pero ni así. Ni en las de 20 o 22 pulgadas, ésas tan grandotas que usan los diseñadores. ¿Qué pasa, que en una pantalla normal no lo ven? ¿Y por qué no hacen más grandes los logotipos? ¿Y para qué sirven entonces las gafas de pasta? ¿Para hacer bonito? Me gusta meterme con los diseñadores, les puedo insultar sin problemas porque éste es el segundo párrafo y ellos ya hace varias líneas que se han dormido.

¿No me creen? Miren: diseñadores gilipuertas.

Nada, no queda ni uno. Ellos, si no está en negrita (de colorcito para los políticamente correctos) no lo leen ni aunque les vaya la vida en ello. Ahora, eso sí, si pones una foto o un dibujito (ilustración que les llaman) y eso sí, lo analizan, observan la perspectiva, el trazo, la luz… panda de snobs, oiga.

Yo creo que los diseñadores son grandes muchachos. Y mejores personas.

Por ceñirnos un poco, que estoy gordo. Aunque claro, si estoy gordo, es normal ceñirse, ¿no? Ceñido, gordo, ¿lo pillan? Ja, ja, ja, qué risa. Es que tengo unas cosas que oigan, soy la monda. No sé ustedes qué piensan, pero yo a veces creo que estoy incluso infravalorado, que me estoy perdiendo aquí dentro, porque es que se me ocurren unas cosas tan graciosas que si me conocieran más allá del blog, quizás me haría archifamoso. Me saldría. Claro, como estoy tan gordo… ¿ven? ¿ven? ¡¡Soy un no parar!! Ja, ja, ja, ¡dios mío, díganme que me calle o se me va a salir la mandíbula!

Ah, ah, cdeo de ze me ha zadido da. Miedda, da dabía do de danda dizaaa….¡crack!

Uy, ya está. Suerte que de niño tenía la enciclopedia de los Jóvenes Castores y allí leí cómo recomponer una mandíbula y cómo fabricar un desfibrilador con dos ardillas y un cable de cobre.

De pequeño siempre estaba devorando libros. Quizás sea por eso por lo que estoy gordo. Pero no porque me los comía (es que claro, era una frase hecha y no sé si la habían entendido o no), sino porque los leía. Leía todo lo que caía en mis manos: ficción, biografías, libros de instrucciones, folletos publicitarios, guías telefónicas, biblias, coranes, tigres, leones, todos quieren ser los campeones… Y claro, al tiempo que crecía mi vasta cultura, unas gelatinosas lorzas cubrían mis abdominales y me daban el aspecto orondo que ahora tengo. Para que se hagan una idea, tengo mollas hasta en los ojos.

Por eso ahora tampoco puedo leer. Quizás por eso escribo lo que escribo.

No lo sé, como no me leo…